El pueblo del litio

Envie este Recorte Version de impresion de este Reportaje Publicado el 28 de octubre de 2012 Visto 330 veces
Peine es el pueblo más cercano a las plantas extractoras de litio, en el Salar de Atacama. Antes, sus habitantes vivían tranquilos de la agricultura y no tenían luz. Hoy, el pueblo cambió: recibe a centenas de forasteros, debe convivir con ellos y ya no puede separar la existencia a su cercanía con el "oro blanco".
22 de Octubre 2012.- Peine era un pueblo olvidado entre los cerros del desierto, hasta que en 1984 el litio lo cambió para siempre. Ese año una empresa minera norteamericana con nombre nacional, la Sociedad Chilena del Litio, SCL, llegó al Salar de Atacama y comenzó a extraer un mineral casi desconocido para los habitantes del lugar. Con la llegada de los trabajadores y los contratistas, Peine tuvo que adaptarse a las nuevas costumbres y a quienes llegaron a vivir ahí. Han pasado casi 30 años y Peine, hoy, es litio.

Son las seis de la mañana y Alexis Leaño espera, sentado en una banca de madera, el mismo bus de todos los días. Saluda por sus nombres a los que llegan al paradero. Alexis está en Corpus Christi, la empinada calle principal de Peine. Si mira un poco más allá, ve la enorme planta de litio donde él y 111 hombres trabajan en Rockwood, uno de los únicos yacimientos de Chile del ahora codiciado “oro blanco”.

Alexis Leaño llegó a Peine por vacaciones, en el verano de 1997. Iba a visitar a su suegra, junto a su esposa. Las calles de tierra estaban siempre vacías y la luz funcionaba desde las 19.00 hasta medianoche.

Han pasado 15 años y Alexis sigue en Peine, aunque sin su mujer ni sus dos hijos. Ellos viven en Calama, a 272 kilómetros de distancia de él.

Sin ley

En Peine, de 429 habitantes, no hay una plaza principal; sí hay una poza amplia, con el fondo lleno de musgo, que los mineros usan como piscina. No hay bencineras ni restaurantes, sólo un par de comedores para los trabajadores del litio. El cuartel de Carabineros más cercano queda a 65 kilómetros. Tampoco hay botillerías ni bares, por lo que el alcohol se vende de manera clandestina. “Si hay peleas de borrachos, las solucionamos entre nosotros, porque o son entre familiares o entre trabajadores del litio”, afirma Ramón Torres.

Torres trabaja en la “Comunidad”, la institución de Peine con más poder sobre las decisiones del pueblo. Ramón, que nació en Peine, ha visto los cambios que trajo el litio. “Antes vivíamos de la agricultura. El litio estaba ahí, pero nadie lo sacaba. Era un pueblo tranquilo y todos nos conocíamos, pero con las plantas llegaron los trabajadores, personas que no conocen nuestras tradiciones. Afuerinos”.

Antes de que la Sociedad Chilena del Litio se creara en 1980, Peine era un pequeño pueblo que vivía principalmente del maíz. No había luz eléctrica continua. Para tener agua, había que caminar hasta vertederos y llenar baldes. En 1985, un año después de la llegada del litio, los habitantes tuvieron agua potable salada en sus cañerías, y en 2009 la empresa hizo un tratado con el comité de luz del pueblo: SCL les daba postes con luz eléctrica y ellos se encargaban de cobrar a los habitantes.

Las pocas mujeres que viven en Peine pasan las tardes sentadas en bancas de la calle o esperando a sus hijos afuera de la escuela pública. Ahí estudian 24 alumnos y trabajan cuatro profesoras. Es la infraestructura más moderna de todo el pueblo: cancha techada y máquinas para ejercicio. En una sala tienen ocho computadores, sillas de cuero y una pantalla interactiva: todo gestionado por SCL.

“La mayoría de los niños son hijos de trabajadores en el litio. Cuando grandes quieren ser agricultores, astrónomos”, afirma Karen, profesora de la escuela. “Sólo algunos quieren ser mineros”.

Roy Alvarez es el dueño del único almacén en Peine y está ansioso. Después de tener sólo 10 clientes en el día, sabe que a partir las 18.30 va a necesitar ayuda para atender. A esa hora comienzan a llegar los buses y micros con los trabajadores del litio. Con chaquetas naranjas y anteojos de sol, 12 contratistas se bajan de un bus y compran helados, Coca Cola y cigarrillos. Roy los saluda por el nombre como vecinos de toda la vida. Peine es el pueblo más cercano a las plantas de litio y la mayoría de los mineros están obligados a vivir aquí.

-Ahora todos hablan del litio, como si fuera algo nuevo, pero llevo 15 años en esto y no he visto tantos cambios en mi pega -afirma Juan Torres, trabajador de SQM.

-No reclames tanto, que en Calama no ganarías ni cerca -le responde un compañero.

SQM y Rockwood son los dueños de las únicas plantas de extracción de litio en Chile y son la fuente laboral de la mayoría de los habitantes de Peine y sus alrededores. Los únicos vehículos que se ven en las dos calles principales de tierra de Peine pertenecen a este negocio.

En el cielo de Peine no hay nubes y el sol pega fuerte, por eso es la principal amenaza profesional a la salud de los mineros. “Cuando trabajamos en el verano en la planta, la temperatura puede llegar a los 40 grados”, afirma Juan. “Nos quema la piel el sol, es lo más fregado que nos ha pasado al trabajar en esto”.

Roy Alvarez mira sonriente a los trabajadores. Después de trabajar más de 10 años en el litio, hoy tiene el almacén y la amasandería más grande del pueblo.

La planta

Para entrar a la planta de litio de Rockwood desde Peine hay que andar en auto por un camino de tierra y ripio por media hora. En la mitad del camino, el paisaje desértico cambia a enormes piedras de sal. Al llegar a la planta se divisa una pista de aterrizaje, que utilizan empresarios y políticos de visita.

Lo primero que se ve al entrar a las oficinas es un cartel verde, con grandes letras blancas: “Días corridos sin accidentes con tiempo perdido: 781. Récord anterior: 1.960”. Por cada año en que los trabajadores no tengan un accidente, reciben un bono de 100 dólares. Cuando cumplieron cuatro años sin accidentes, les dieron un Tablet.

Carlos Sáez tiene 58 años y hace 32 trabaja con el litio. Nació en La Serena, estudió ingeniería mecánica y luego de trabajar en Codelco, le ofrecieron iniciar un nuevo proyecto en la II Región. Eran los comienzos de los 80 y el inicio del negocio del litio. Se fue a vivir a Peine, conoció aquí a su esposa y tuvo tres hijos. En 1984 vio cómo comenzaba a trabajar la pequeña planta de SCL, con 12 pozas. Hoy la planta tiene 20, comercializa potasio y extrae 14 millones de libras de litio al año. Sáez es el gerente general de la planta de Rockwood.

Cada vez que Sáez teme algo, toca con los nudillos su mesa de madera. Como cuando dice “nunca ha muerto un trabajador dentro de la planta”. Uno de los momentos más difícil que ha vivido en SCL fue cuando en 1993 se instaló, a pocos metros, la planta de SQM, mucho más grande y más moderna.

La planta de SQM está continua a Rockwood en el Salar de Atacama. No se pueden ver sus instalaciones, pero todos saben que son más grandes. Los trabajadores de SQM duermen en un campamento a casi media hora de la planta, en pleno desierto. Allí hay containers donde comparten habitación hasta cuatro personas, con un televisor y un baño. Tienen un casino y no pueden salir sin permiso. Metros más allá, la realidad del campamento de Rockwood, de SCL, es distinta.

Un bus se estaciona a las 20.00 en el campamento Rockwood. Descienden 10 hombres. Bromean y caminan por las distintas instalaciones: una sala de juegos con mesas de pool, taca taca y pimpón, un gimnasio, una multicancha, un comedor. Treinta y cinco trabajadores contratistas duermen en este campamento, en la entrada de Peine. A las 6.30 un bus los va a buscar y 12 horas después los deja allí mismo. Es idea general entre los trabajadores que en los campamentos las cosas parecen funcionar mejor que en el pueblo, pero con menos márgenes de libertad.

“En Peine hay una desconformidad con los proyectos del litio que el Estado autoriza, porque todos los recursos que deberían llegar al pueblo por verse afectado por las plantas, no está llegando. Todo es básico acá: la educación es rural, tenemos una posta con un médico que hace ronda una vez al mes. Estamos abandonados”, afirma Ramón Torres, el hombre fuerte de Peine.

Es de noche y 12 trabajadores juegan una pichanga en la cancha de pasto sintético del campamento. Cuatro focos iluminan la escena.

Tres hombres pasan por la oscura calle fuera del campamento y se quedan mirando cómo los contratistas juegan fútbol.

-¿Ves que es injusto? Nosotros no tenemos nada de lo que ellos tienen.

-Bueno, así es la cosa no más. ¿Unas cervezas?

Caminan hacia una vieja casa donde venden alcohol clandestinamente. Ninguno quiere dar su nombre. “Cuando entramos a trabajar, hace más de 15 años, nos hicieron firmar un contrato diciendo que somos de Peine, pero nosotros somos de otras ciudades. Tenemos que arrendar una casa por cien mil pesos, pagar la comida, movilización y la luz, que nos cobran el doble por no ser del pueblo. Y los contratistas tienen todo eso gratis”, reclama uno.

Cada uno de los trabajadores contratados gana $ 550 mil mensuales, en distintas áreas de la planta de litio de Rockwood. Trabajan seis días y descansan cuatro, en que tratan de visitar sus familias. Si quieren ir a Calama, deben viajar siete horas y pagar $ 14 mil en pasajes.

Dice otro trabajador: “Cuando se declaró la fiebre del litio, se agarró conciencia de que el sol quemaba y nos equiparon mejor. Hay viejos que llevan 30 años acá y no tienen ganas de cambiar las cosas. No podemos hacer un sindicato, porque no tienen esa visión”.

Las fotos

Peine. Son las 10 de la noche y Alexis Leaño está solo en la casa de su suegra. “Cuando estoy en la planta, pienso sólo en trabajar, pero cuando llego a la casa es cuando siento soledad y me achaco. Tengo que buscar cómo distraerme”.

Cuando Alexis llegó a vivir en Peine, su hijo menor tenía un año. Ahora está en tercero medio. “Una vez me contó que quería aprender fútbol, pero no tuvo a nadie que le enseñara. El creció solo y eso nunca me lo voy a perdonar”.

El hijo mayor de Alexis estudia ingeniería informática en Calama y por sus estudios Alexis paga $ 35 mil: la empresa Rockwood entrega bonos a sus trabajadores por cada hijo que estudia. Si están en la universidad, por ejemplo, reciben $ 100 mil mensuales.
“La realidad llega cuando me llama mi señora y me dice no tengo esto o el niño se enfermó. Por teléfono hay que tratar de arreglar todo”, afirma Alexis.

Sale de la casa y camina por las calles vacías de Peine. Es de noche, pero a lo lejos los salares de litio resplandecen. Alexis se queda mirando un bus vacío de Rockwood. “Cuando voy a mi casa en Calama, me doy cuenta de que no hay ni una foto mía. No he estado en los cumpleaños, no he podido abrazar más a mi señora. Ahí uno se da cuenta de que se ha perdido todo lo interesante de la vida”.



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