San Pedro de Atacama, 10 de setiembre, 10 am. Se divisa a Hernán Rivera Letelier, Premio Nacional de Literatura 2022, escritor de Antofagasta.
Como Andrés Sabella, recoge del norte de Chile la inspiración para aventurar una escritura. Escribió y publicó poemas durante la dictadura, pero fue con el género de la novela que alcanzó notoriedad, respaldado por un sello editorial de prestigio en la industria. Viene rodeado de la camanchaca del mito, a paso lento, muy lento.
Alguien que va pasando se detiene, estrecha su mano y sigue su camino. El laureado escritor se dirige a la casa parroquial a instancias de la Gobernación Regional, FILZIC (no me pregunten qué significa la sigla) y la Fundación de Cultura. A todas luces un evento de la institucionalidad política regional y local.
Un poco más de 30 personas, lo que es todo un éxito, se congrega para escuchar al escritor de la pampa. Sabemos que es un producto de la industria, que un equipo anónimo corrige y edita el material del autor –lo que es parte del contrato- para asegurar ventas entre consumidores relativamente exigentes y adictos al gusto del mercado.
También se mueve la industria en el lobby de los premios nacionales. El mercado no tiene mucho que ver con innovaciones o transgresiones estéticas que provocan el desarrollo del arte. Así, en la ceremonia no podemos esperar sino palabras de satisfacción por habitar las pampas mineras del norte de Chile… “Chovinismo” lo llaman también.
Pero la camanchaca del mito que rodea al escritor parece estar sofocándolo, mareándolo. O tal vez sea el soroche de la puna que noquea al pampino. Se descompensa y es trasladado al Cesfam no sin antes autografiar algunos libros.
El público comparte el ágape. Se quema el calentador de agua; los organizadores recurren a los vecinos por agua caliente. Alguien comenta en voz baja que los escritores no necesitan premios, necesitan lectores.
Clark Kent, corresponsal de Daily Planet para El Chululo