A partir del sábado 20 de junio del 2015, cada sábado entre 11 y 13horas, se está transmitiendo por 102.9 Toconao Radio el programa “Chululeando”, con la conducción de Gerardo Ramos –“Chululo Ancestral”-, y Leticia González –“Chulula Chica”-, más la colaboración de un servidor, Alejandro Pérez –“Chululo Viejo”.
Son dos horas de conversación que cubren la contingencia local, con invitados involucrados en temas que han ido desde el paro de profesores, pasando por el polémico SING hasta el eterno tópico del agua.
Por cierto, las opiniones vertidas son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial de la radio ni a la comunidad de Toconao. Se trata de un coloquio pluralista del que una oreja atenta debería sacar sus propias conclusiones, y que también se puede permitir aportar opiniones a través del teléfono 65029309. Repito: lepsley’ia ckoi mitchala mutsisma cero poya teckara palama cero teckara. Y como cada cual es responsable de sus dichos públicos y privados, en estas líneas me haré cargo de lo que es mi participación en el programa.
Durante unos treinta minutos dialogo con Leticia y Gerardo en un segmento que llamamos “espacio de cultura”. Debo reconocer y agradecer la absoluta libertad de la que gozo para expresar mi punto de vista sobre algún asunto de interés cultural tanto en estas líneas como en la radio; y esta independencia radica en que no tengo compromisos contractuales de ningún tipo. No vendo ni arriendo mi fuerza de trabajo intelectual; lo hago bajo mi exclusiva responsabilidad y me hago cargo desde ya de las consecuencias de este gesto.
Mi único compromiso es la honestidad; mis ambiciones son intelectuales; mi vocación es la participación. Sostengo valores arcaicos, casi en extinción, y en eso percibo algo de orgullo.
Y para concluir este rodeo introductorio, develo aquí que para efectos discursivos adhiero a una antigua pero funcional definición de cultura proveniente de la antropología general, de Carlos Munizaga más concretamente, catedrático de la Universidad de Chile en los 70s: cultura es el conjunto de manufacturas (objeto de la antropología física) que van desde las piezas de museo hasta los artefactos tecnológicos contemporáneos; y de las ideofacturas (objeto de la antropología cultural) que incluyen las lenguas, ideologías, religiones, cosmovisiones, creencias, mitos, costumbres…
La conversación radial cubre este último ítem, chululeando. Y como el calendario está evocando un evento cultural como la festividad de San Pedro, comienzo por explorar algunas implicancias culturales asociadas.
En Chululópolis, el espacio ficticio que define mi perspectiva, tanto la lengua castellana como la religión (el catolicismo y los cristianismos varios) son ideofacturas importadas de Europa, manifestaciones absolutamente ajenas a los naturales primigenios de este continente con nombre importado también. En Chululópolis se hacen viajes míticos a través del espacio/tiempo sin más inconvenientes que una que otra laguna en el conocimiento, uno que otro dato contradictorio, uno que otro fenómeno sin explicación, o sea, nada que no podamos resolver con una acuciosa investigación independiente. En todo caso, así de ida como de vuelta de estos viajes, la historia gravita solemne, sin resentimientos, sin amnesia.
En un territorio donde las ciudades y poblados se llaman Calama, Chiu Chiu, Ayquina, Caspana, Cámar, Toconao, Talabre, Socaire, Peine –que son castellanizaciones de voces atacameñas- lingüísticamente contrasta el judeo-romano “San Pedro” en una localidad que, según parece, los antiguos llamaban Ckonti Tucki (castellanizado Conde Duque).
El apóstol tenía nombres semíticos: Simón (hebreo) y Cefas (arameo), que develan su condición étnica y nacionalidad. Pero recibe del Maestro este sobrenombre proveniente del latín que, en su contexto, devela un asunto de interés político: la fundación de una “ecclesía” (iglesia, palabra griega: asamblea de la democracia ateniense que tenía un quórum de 6.000 votos a mano alzada, donde no votaban las mujeres, los esclavos, los menores de 18 años, ni los metecos).
A falta de un término mejor para esta fracción que se escinde del judaísmo, ha permanecido la palabra griega con un sentido adulterado del étimo original: iglesia. La acción bíblica se traslada del Asia Menor (locación de la acción del Antiguo Testamento) hacia el occidente: Grecia y, fundamentalmente, Roma (locación de la acción del Nuevo Testamento).
Lo curioso es que este Petrus, que no es nombre, sino sobrenombre, un alias, una “chapa”, es una masculinización de la femenina “petra” (piedra) del latín. Es como decir “Margarito”, “Isabelo” o “Diano”. Al parecer ninguno de los asistentes celebró con risas este ingenio humorístico del Maestro, y si nadie soltó carcajadas es porque participan de un momento solemne, una ceremonia que combina lo judío con lo romano.
Y esto remite a la conocida conjetura de que tal ecclesía descansaba en la petra María Magdalena y el petrus Simón, un eje fundacional para una asamblea con equidad de género. El Maestro alternaba con las mujeres, escandalizando a los judíos conservadores, compartía con su madre, se dejaba lavar los pies por prostitutas… Cuando la mujer romana se casaba, decía a su cónyuge: “si tú eres Cayo, yo soy tu Caya” (de ahí el castellano “tocayo”), y formaban “familia” (concepto romano), eje fundacional de algún linaje. Pero los conflictos de los tocayos fundacionales del cristianismo hicieron imposible la armonía de los géneros “por los siglos de los siglos”.
Pedro no era el más brillante de los doce: era el más judío, el más machista y el más impulsivo. La Magdalena, en cambio, es de iniciativas, es la que va adelante, consigue alojamiento, comida y bebida, administra las finanzas, cotiza y negocia. Nietszche detalla las falencias intelectuales y morales de Pedro en su obra “El Anticristo”. El otro eje de esta ecclesía es masculino y posterior, y descansa en Pablo quien, a su vez, toma distancia, mucha distancia de Pedro. Y así la ecclesía judeo-romana se vuelve una institución masculina. Pedro y Pablo comparten onomástico el 29 de junio.
A estas alturas, Pedro bordea los dos mil años ostentando la condición de santo, entronizado en algún lugar de la iconósfera, lujosamente ataviado, sin mucho que hacer, aparentemente.
En Chululópolis sometimos a evaluación la gestión del santo como tal y patrono de los pescadores, y no califica: ha olvidado a los pescadores artesanales de todo el mundo, y llegamos a sospechar que se ha coludido con las pesqueras trasnacionales y con unas pocas familias en lo que se refiere al polémico “mar de Chile”.
A menos que “milagro” sea sinónimo de “saqueo”. Queremos su opinión pero no suelta prenda (sospechosa política de silencio). No hay emoción en su rostro de ícono importado. Ni hablar de devolver el nombre originario al leri (ayllu) Ckonti Tucki de los atacameños. Es la indeleble marca de la invasión europea, la ruptura definitiva de una cultura anterior, milenaria, ahora callada. Desgraciadamente, en Chululópolis la palabra “sincretismo” no es la mejor conceptualización para reivindicar la sobrevivencia de los simbolismos vernáculos en la puesta en escena de bailes y procesión de que se compone lo más atractivo de toda la festividad que, además, cuenta con la actuación especial de su obispidad de Calama.
¿Desde cuándo ocurre esto? Con variantes según las épocas, desde el siglo XVI, con la invasión europea. En Chululópolis marcamos el siglo XVI como el Siglo I de la exoculturación de Atacama, y ocupa los últimos cinco siglos de una cultura de 10.000 años. A propósito, el calendario también es importado. Por estas fechas, las culturas precristianas celebraban el fenómeno del solsticio de invierno, el año nuevo agrícola, en todo el mundo. El cristianismo no está conectado con la naturaleza ni los fenómenos cósmicos; los así llamados paganos, sí. La diferencia de estas ideofacturas no es menor. Veamos qué opina la gente. Llame al 65029309. Volvemos después de esta pausa musical.
Ya estamos de vuelta con nuestro tema inicial: las implicancias culturales de la festividad de San Pedro en Atacama. Nos hemos remitido al origen del evento y nos preguntamos, durante la pausa, cómo sería el concepto de San Pedro en ckunsa, la lengua nuestra. “Santo”, nos dice el teólogo del Vaticano, quiere decir “sano”. Acá se dice ckaya por bien, sano. Ckayatur es sanar. Tenemos un equivalente… Ahora, para “piedra” existe sip’pur, que quiere decir tanto la piedra del suelo como la honda que lanza piedras. Estamos hablando de piedras más bien pequeñas. Como fundamento de una casa mejor es una roca: Tocknar. “Ckaya Tocknar”, roca sana quiere decir esto de “San Pedro”. En su literalidad no aporta mucho.
Las piedras sanas, las piedras buenas, abundan por acá. Hay de muchos tipos, que pueden usarse de distintas maneras, y no todas son meramente ornamentales. Por ejemplo, la obsidiana, también el espejo del inca, que sirve como instrumento quirúrgico y a la que se le atribuye el simbolismo de cortar, separar categóricamente, como sucede entre la vida y la muerte, el pasado y el presente, lo sano y lo no sano, lo natural y lo artificial.
En su materialidad, el santo de marras es un ícono, una suerte de fetiche guardado en una casa, todo hecho por el hombre –ícono y casa-, todo artificial, como que no hubiera lugar para la representación de la conexión con la naturaleza, que caracteriza a todos los pueblos precristianos. Hay una pérdida ecológica en la visión del invasor: no le interesa la naturaleza, salvo el oro, que lo desea poseer con un apetito poco cristiano. Codicia le llaman. Acá nadie le pidió visa a la entrada, ni un equivalente a la “Green Card”, nadie extendió un documento fijando algún interés por el “préstamo” para impulsar el capitalismo europeo. Tampoco fue un arreglo que pudiéramos llamar “a lo compadre”. El esquema se reduce a un eje de dominio y sumisión.
En el castellano, cristianizado y cristianizador, seguimos llamando “la iglesia” al edificio de adobe en la plaza, con campanario y cruz. El llamado sacerdote, cura párroco o “padre”, oficia de maestro de ceremonia en latín, la lengua de Roma, y nunca le da la cara a los asistentes, siempre de espaldas emitiendo latinajos. En Chululópolis, donde se respeta algo de la visión ancestral, “la iglesia” es Roma Turi, la casa de Roma, con costumbres de allá. En Romaturi hacen teatro: imitan (polcktur) la comida (Tocke) de un muerto (muckar) que resucita (ckausaltur). ¿Cómo es posible esto que, a todas luces, es ckatitchauña (absurdo)? Está claro que es de mentira (heelata); no se lo comen de verdad (ckeltchar). Pero –el inevitable pero, sucede que el dominador tiene la última palabra, el poder y la espada. Punto. ¡Amén!
Como siempre, el tiempo se pasa volando y ya es hora de ir cerrando esta transmisión. Me despido con una cita. “Cada individuo es víctima y beneficiario de la tradición lingüística dentro de la cual ha nacido; beneficiario, en la medida que su lengua le brinda acceso a los registros acumulados de las experiencias de otras personas; y víctima en la medida que su lengua le confirma que su consciencia con límites es la única consciencia, de modo que está demasiado bien dispuesto a considerar sus conceptos como si fueran hechos reales, y sus palabras como si fueran reales”. (Aldous Huxley, “La Puerta de la Percepción”). Hasta la próxima. Kelayá!