La edición impresa del Chululo no salió. Y me dejó preocupado.
Cualquier sociedad que tenga pretensiones de democrática necesita de información. No existe la libertad absoluta, ni de quien genera la noticia ni de quien la recibe. Pero tener la posibilidad de acceder a distintas fuentes de información, o a opiniones de personas que entienden o saben más que uno sobre un determinado tema, aumenta nuestra libertad de elección.
Hay distintos modos de coartar la libertad de expresión y, su contracara, la libertad de información. La más visible es la censura, ejercida desde el estado a veces con violencia física o moral, otras con violencia “legal”: leyes mordaza, que exponen a quien opina libremente a juicios por injuria u otro tipo de sanciones. Hay otro modo menos visible, pero hoy más poderoso en muchos países, que es el mercado. Con demasiada frecuencia, ambos se combinan.
El primer modo de censura es el que a menudo es denunciado, con o sin fundamento real, en organismos multinacionales como la ONU o la OEA, siempre fieles servidores de los señores del mercado y de la guerra. El segundo modo pasa más desapercibido, y esa es parte de su estrategia mediática. Por ejemplo, a menudo y en los foros internacionales aparecen denuncias sobre las amenazas a la libertad de expresión en Venezuela. Serán ciertas o no. La cuestión es que yo veo, por televisión satelital, dos canales producidos y vistos en ese país y en el mundo: Telesur, estatal y pro-gobierno; y Globovisión, oposición y supuesta víctima del gobierno. Los dos presentan versiones totalmente distintas de los hechos. Yo puedo elegir quedarme con una, con otra, o intentar balancear viendo las dos. Pero pongo el acento en el poder elegir.
Nueve de la noche. Me siento a ver noticias de nuestro país. Cuatro canales. Los cuatro dan las mismas noticias, leídas e interpretadas más o menos de la misma forma. Voy a los diarios (los que sobrevivieron). Dos grandes medios gráficos nacionales “serios”, y una infinidad de otros “menos serios” (banales, faranduleros, sensacionalistas), pero todos pertenecientes a alguno de los dos grupos. Monopolio informativo. Un solo discurso. ¿Es que las cosas soportan una sola visión, así de sencillas son? ¿O será que hay una “bajada de línea”, camuflada en medio de la libertad de prensa de la que supuestamente gozamos? ¿Alguien conoce todas las razones que llevaron a la CUT a convocar el último paro general de 48 horas? Yo sí, de acuerdo o no con ellas, al fin pude escucharlas en un reportaje extenso y a fondo que a su presidente nacional (Arturo Martínez) realizaron y pusieron al aire en… Telesur. ¿Alguien conoce las líneas programáticas que anunció Camila Vallejos al asumir la presidencia de la FECH (23 de noviembre de 2010)? Yo sí, de acuerdo o no con ellas, porque amigos me enviaron su discurso publicado… en Argentina.
Cuando el estado (nacional, regional, provincial, local) prácticamente reduce sus funciones a ser garante de la propiedad privada y del libre mercado (en otras palabras, la policía de los que tienen la plata para poder realizar sus negocios), esos fulanos que tienen plata y realizan sus negocios también se hacen cargo de cuidar al estado y a su administrador, el gobierno de turno (si se porta bien, digamos). Y uno de los mecanismos que tienen para ello es apropiarse, de alguna manera, de los medios de comunicación, directamente comprándolos y agrupándolos en grandes monopolios, o marcando la pauta informativa a través del dinero aportado (o negado) en la publicidad, verdadera “ama y señora” de los medios. Un profesor de Comunicación Social nos decía, hace años, que los programas de TV son el relleno de la programación, lo importante son los reclames. Algo similar pasa de hecho con la prensa escrita: sin el dinero de la publicidad no puede aparecer el periódico, y por ende, no se conocen las noticias: estas quedan subordinadas al patrocinio económico.
Hay todavía, como dijimos arriba, una posibilidad mixta: que el mismo estado, administrado por el gobierno de turno, aquel que elegimos a partir de la información que teníamos o no teníamos, sea el que, a través de la “pauta publicitaria”, aporte (o no) los recursos para que el medio se sostenga (o no). En general esto le resta libertad a los medios, debería ser un gobierno de convicciones inalterablemente democráticas el que permitiera la libre expresión del medio que sostiene. Por eso, en algunos países existen leyes que regulan el reparto de la pauta publicitaria del estado (desconozco si las hay en nuestro país). La realidad es que en algunos medios radiales o escritos se nota tanto esa presión estatal, que personalmente ya no los escucho sino cuando pasan linda música, y no los leo ni regalados.
En definitiva, cuando un medio no recibe apoyo económico, tiene dos alternativas:
-Venderse, convirtiéndose en vitrina de las informaciones, opiniones y acciones que el gobierno, privados o una colusión entre ambos quieren que sean conocidas y obviando las otras, o
-Desaparecer.
Esperemos que no sea el caso del Chululo, ese animalito tan nuestro que se dedica a escarbar y escarbar pero que, a diferencia del topo, no es ciego.
Hugo Finola
Administrador Académico Universidad Católica del Norte, en el Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo de San Pedro de Atacama