El calendario gregoriano, que nos rige a su amaño, tiene ese arbitrario hábito político de marcar con rojo solo días de significación militar o religiosa. Para los civiles, basta un 1° de Mayo, que recuerda la inevitable condición de ser trabajadores, asalariados, o simples esclavos del capitalismo todopoderoso.
Por eso cuesta retener que el 23 de abril –onomástico de Jorge- es, además, el día del idioma castellano, el día de Cervantes, de Shakespeare, de Garcilaso de la Vega, el día en que la Real Academia Española de la Lengua presenta a sus nuevos Miembros de Número, y el Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor.
El día en que se constituyó la Asociación de Usuarios de la Biblioteca Pública de San Pedro de Atacama (2014). No sale con rojo en el calendario: tal efemérides es un asunto de civiles y laicos, de personas con pretensiones civilizadas, con cierta sensibilidad cultural, ejemplares de una especie en extinción o, con más optimismo, seriamente amenazada.
Cuando en el mundo civil hay acuerdos y voluntad, ese día puede extenderse a una semana llena de actividades con niños, jóvenes, adultos, mayores, es decir, con toda la comunidad, en la Biblioteca Pública. Es un festejo cultural de proporciones globales, y tal fue también en San Pedro de Atacama cuando la Biblioteca Pública Haimaitier Turi estaba a cargo de Rosita Cortés (QEPD), mentora espiritual en este horizonte cultural.
Este año, (2015), en nuestra comuna, la Biblioteca Pública y Centro Cultural Haimaitier Turi, la Fundación de Cultura y Turismo, el Ecolegio Sairecabur, y la Asociación de Usuarios, organizaron actividades alusivas entre el 20 y 23 abril, con el Bibliomóvil en el Ecolegio, en Toconao y Machuca, un rally de lectura. El 23 en la mañana, en la Biblioteca, los alumnos del Sairecabur se inscribieron como socios y rindieron un homenaje al recientemente fallecido escritor uruguayo Eduardo Galeano. Estimulación lectora. Y como la cultura local es nuestra prioridad política, en la tarde invitamos a un foro público cuya convocatoria rezaba: “¿Qué es ckunsa?” (Yo adhiero a la ortografía de Vaisse et altri porque en mi habla –como en la de todos los hablantes del continente- no existe la interdental “z” que se usa solo en España. Las lenguas indoamericanas tampoco usan la interdental europea. Aunque escribamos Cuzco, se dice Cusco).
Como era de esperar, llegamos cuatro personas: Jorge D’Orcy, encargado de la Biblioteca, de santo, y moderador del foro; Ilia Reyes, conocido profesora atacameña que, por ley, no puede ejercer mientras su hermano sea concejal; Tomás Vilca, connotado conocedor de la lengua atacameña, diseñador y monitor de talleres para la difusión del ckunsa; y un servidor, lápiz en ristre. Los precisos. En semejantes trances, sostengo, cada vez con más convicción, que lo más inteligente, pragmático y respetuoso, es reivindicar las presencias en lugar de lamentar las ausencias. En buen romance, aramos con los bueyes que hay, porque en materia de diálogos lo cuenta es el aporte cualitativo activo más que el dato cuantitativo muchas veces pasivo. Y los demás se lo pierden, a menos que alguien tome nota y lo comunique.
La respuesta de Tomás Vilca se basa en una observación lingüística de primer orden: ckunsa es el pronombre posesivo de primera persona plural para los géneros castellanos –“nuestro, nuestra”- en la lengua atacameña. Y si ckunsa no es el nombre propio de la lengua atacameña, ¿cómo se llama, entonces, la lengua de los naturales de Atacama, como decía San Román? La afirmación que sostiene Tomás Vilca está respaldada por un testimonio recogido por el investigador de la lengua de los abuelos: Arah, con aspiración al final de la palabra, representada por la “h”. (Los aficionados a la música posiblemente hayan escuchado un conjunto “Arak Pacha”, u otro: “Alaj Pacha”. Ambos son conceptos de la cosmovisión aymara. Manqha Pacha, espacio de abajo; Alaj Pacha, espacio de arriba; Aka Pacha, espacio de este mundo).
La breve pero intensa intervención de Tomás abre una línea de investigación, que es todo un desafío a la memoria, y otra de reflexión. A nuestro modo de ver, occidental, los nombres de las lenguas europeas provienen del gentilicio de los habitantes de un territorio lingüístico: el latín, lo hablaban los latinos, que habitaban el Lacio; el castellano, en Castilla. Lo que conocemos como alemán (Deutsch) es una lengua que se habla, con variantes locales, en Alemania, Suiza, Austria, Luxemburgo, Lichtenstein, una parte del norte de Italia; y por ser una lengua germánica, está emparentada con otras lenguas vecinas. Para nosotros el vasco habla vasco o vascuense, aunque los vascos dicen euzcadi como lengua y territorio en España. Euzkadi es una lengua aislada, no se parece en nada a las lenguas vecinas, y tal es el caso de la lengua de Atacama.
Sigamos, por estos pagos: también entendemos quechua –a veces quichua- y aymara como pueblo y lengua. En la Oceanía, rapa nui, pueblo y lengua. Pero en la llamada Araucanía, entendemos mapuche como el pueblo (por el lado de Chile y de Argentina), y mapudungun como su lengua. (También mapuzungun, con una “z” que no es la interdental europea). Hasta aquí estamos claros, supongo, y mejor no prosigo con ejemplos de las lenguas africanas (con sonidos click), ni las orientales (que son tonales en el habla e ideográficas en la escritura). En suma, las lenguas tienen un nombre propio y un territorio, hablantes: una comunidad lingüística. La historia del idioma se confunde con la historia del pueblo, con sus mitos y creencias, y con una forma de vida que ya no existe.
No necesitamos mucha imaginación histórica para suponer que la comunidad atacameña primitiva, la precolombina, preincaica y pretiwanakota, era comparativamente pequeña y muy dispersa en un extenso territorio hogaño repartido entre Chile, Argentina y Bolivia. Infinitas trashumancias pastoriles antes de establecerse en la agricultura. Pueblo en movimiento por rutas cordilleranas, hostiles, inciertas, orientándose por los astros de cara al infinito, al espejo de la tierra que alberga las primeras comunidades humanas. Cielo y suelo son el universo. Ese pueblo debe resistir las adversidades geográficas y climáticas, luego desarrollan una adaptación biológica y las dominancias, a su vez, se distribuyen en porciones de poder y liderazgos que estratifican a las comunidades, por muy pequeñas que sean. Organizan la vida en comunidades apartadas; necesitan contar.
El sistema numérico de los abuelos atacameños es un aporte significativo al volumen de los glosarios existentes y una pista de cómo organizaban la lectura del número. Ejemplo: 13 es suchi pálama, o sea diez tres; pero 30 es suchita pálama, diez veces tres. Hay que tener buen oído para distinguir bien entre suchi y suchita. Todo esto me hace evocar a Umberto Eco: lo primitivo es complejo; además, la primera lengua debió ser situacional, por lo tanto el gesto corporal actúa como un determinante del signo oral (turi: casa y brea; ttulti: noche y sueño; sip’pur: piedra y la honda para lanzar piedras).
Sabemos que los antiguos decían ckunsa y se llevaban las manos al pecho para enfatizar la propiedad de lo “nuestro”. Y se organizaron de tal manera que no necesitaron elaborar una escritura. Además, la escritura es un lenguaje estrictamente verbal, no puede ser gestual. Como sea, no hay rastros de escritura. Se trata de una lengua ágrafa.
Todas estas características y propiedades de la lengua de Atacama actúan a favor del desuso y del olvido en esta particular coyuntura presente cuando el inglés se perfila como poderosa herramienta para el turismo local. No obstante, y por ahora, nada ni nadie nos impide preguntarnos por el nombre propio de la lengua de Atacama. ¿Las’si ckunsa? ¿Arah? Tarea para la casa.
Desde otra perspectiva, para Ilia Reyes ckunsa es un instrumento de identidad y unidad del pueblo lickanantay. Una forma digna de honrar a los antepasados, con quienes se tiene esta deuda. Y explicita un sentimiento de división, que hace eco con lo que Oriana Mora escribiera en El Chululo de junio 2014, donde desarrolla un crudo inventario de las divisiones en “nuestro Pueblo-Nación Lickanantay” que concluye textualmente con “un largo etcétera”.
Estas son afirmaciones de serias implicancias políticas que no me atrevo a analizar pero que evidencian prácticas de exclusión social de los atacameños entre ellos mismos. En mi opinión, la unidad es una utopía. La pretendida unidad latinoamericana, por ejemplo, no es más que un slogan; lo que caracteriza mejor a Latinoamérica es su diversidad dentro de la cual tenemos algunos elementos históricos comunes y ciertas afinidades culturales.
Además, cada pueblo, en su seno, alberga diferencias y conflictos que no siempre se han resuelto de una manera amigable o democrática.
Soñar no hace daño y en este ejercicio la revitalización del ckunsa como herramienta de unidad se idealiza como una revolución cultural y espiritual, de carácter nacionalista, que demanda una voluntad superlativa y una disciplina espartana, aparte de un profundo amor a las raíces, a los abuelos y abuelas. Sin duda, es un desafío de proporciones. Más tarea para la casa, individual y grupal.
Compelido a responder en este foro, lo primero que se me ocurre es parodiar a los románticos alemanes: ckunsa es el espejo del alma del pueblo Lickanantay trizado por el abandono; es el espíritu de una nación postergado por la invasión castellana y por la desidia de sus usuarios. Un argumento contra la Colonia de España, cuya iglesia anatemizó la lengua en 1782 a través de curas como Alejo Pinto en Chiu Chiu (“ckunsa es el demonio”); y cuyo corregidor Francisco de Argumaniz Fernández (1776) firmó en San Pedro de Atacama, “pueblo capital”, un edicto infame castigando con azotes, cárcel y multas el uso de la lengua, y premiando con cargos a los que “más adelantasen en la lengua castellana”, y de paso nombra a Ygnacio Siarez como maestro de escuela por su comportamiento y “christiandad”.
Después seguiría por el lado de la poesía política: ckunsa es un fantasma que le recuerda a su pueblo que no sabe atesorar lo que tiene. Son señas invisibles que orientan el desafío de un colectivo que se resiste a olvidar, que no se da por vencido culturalmente.
¿Y para qué tanto esfuerzo si el mundo no se va a acabar por una lengua más o una lengua menos?, pregunta el pragmático bruto que viene conmigo. No saco nada con argumentarle que la identidad, que la cultura, que la historia, que la visión… Al pragmático le sirve como una herramienta con el poder de generar una zona de exclusión lingüística en un mundo lingüísticamente heterogéneo.
Me viene a la mente la archicitada afirmación de Wittgenstein: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Y ese límite de un lenguaje (conocido) marca distancia con el “otro” que no conoce ese lenguaje. Y terminaría recordándole que el lenguaje crea el mundo.
Como pueden ver, desocupados lectores, no es necesario un evento masivo para dialogar con lucidez y obtener provecho. Gusto a poco tuvo este ejercicio ciudadano del día del libro en la Biblioteca, y dejo extendida la invitación para compartir una próxima oportunidad. Y como diría un relator de fútbol: la pelota queda picando…