Se dice que los peces no están concientes del agua que respiran, ni se enteran que eso que consideran natural es un medio en el que se encuentran... hasta que los sacan del agua y descubren que su realidad no es la única realidad. Y a menos que se hayan topado con uno de esos pescadores deportivos que devuelven sus presas, eso debe ser lo último que descubren en su vida.
No abundan los pescadores deportivos. La mayoría pescamos para comernos lo que sacamos.
Y aquí estamos, en San Pedro de Atacama, como felices y desaprensivos peces en el agua del clientelismo.
Antes, una breve definición de clientelismo (tomado de Wikipedia)...
El clientelismo político es un sistema extraoficial de intercambio de favores, en el cual los titulares de cargos políticos regulan la concesión de prestaciones, obtenidas a través de su función pública o de contactos relacionados con ella, a cambio de apoyo electoral o de otro tipo.
En un sistema de clientelismo, el poder sobre las decisiones del aparato administrativo del Estado se utiliza para obtener beneficio privado; el patrón -sea directamente un funcionario él mismo, u otra persona dotada de suficiente poder como para influir sobre los funcionarios- toma decisiones que favorecen a sus clientes, y que estos compensan con la perpetuación en el poder del funcionario implicado o de su entorno. La relación puede fortalecerse mediante la amenaza de utilizar esa misma capacidad de decisión para perjudicar a quienes no colaboren con el sistema.
¿Les suena?
Si no les suena mucho, quizás hayan estado mucho tiempo en el agua. O quizás sean pescadores...
Es complicado, porque esta agua en general es tóxica. Así como los peces que nadan en algún mar contaminado de petróleo, y no se dan cuenta que están muriendo, los que nadan en el mar del clientelismo no se dan cuenta que este sistema NO DURA PARA SIEMPRE. Al menos, hasta que una nueva facción tome el control y los clientes sean otros, cosa que suele pasar.
Así, hasta que el sistema de cosas colapse, y uno se encuentre un día fuera del agua, boqueando y preguntándose ¿qué pasó? ¿A dónde quedó mi pueblo?
Es difícil salir de esta agua, porque después de un tiempo, digamos algo más de veinte años, hasta el pez más rebelde se empieza a habituar, y la mayoría empezamos a encontrar natural todo esto e incluso algunos llegan a creer que aquellos que tienen la sartén por el mango y distribuyen los favores, son especiales o merecen una consideración especial. Eso, aunque a uno no le toque nada en la repartija.
Porque no todos recibimos los beneficios de este sistema, claro. ¿Recuerdan la parte de la definición que dice que pueden amenazar con usar esos poderes para perjudicar a loa que no colaboren? Bueno, no es sólo una amenaza.
Y claro, además está la mayoría de peces que ven este sistema desde una cierta distancia, que lo “disfrutan” cuando deben hacer algún trámite, o reciben un pésimo servicio, o les mienten en la cara por enésima vez, etc. Ellos en realidad no reciben beneficios directos y además deben convivir con algunos de los principales efectos residuales del clientelismo: La incapacidad, las malas prácticas, la ineficiencia, la simple y bruta estupidez funcionaria.
A propósito de efectos residuales, también puede pasar que uno no sea un pez en esta agua contaminada del clientelismo. Uno también puede ser otra cosa... una cosa de esas que siempre flotan en el agua, en cualquier agua.