En antiguas sociedades de Abya Yala al llegar a este mundo sin alguno de los sentidos -por ejemplo la vista- esto no era tomado como una desgracia o que la persona fuese apartada como una carga inútil para esa sociedad. Los ciegos eran personas especiales que precisamente por su condición podían ver otros planos, comunicarse con otras dimensiones, y de esa formar ver con suma claridad los que los otros no veían. Tenían asignados y desempeñaban roles fundamentales en sus respectivos pueblos.
Fernando dentro de su amplia esfera de amigos tenía un puesto tremendamente importante. Él era muy apreciado, tenía cualidades especiales, podía ver lo que los otros no podían ver y escuchar a los que no querían ser escuchados. Le llamamos Tchinchibala (murciélago en ckunsa), un nombre que le puso el presidente de asociación de usuarios de la biblioteca precisamente por esas capacidades dignas de admirar, a pesar que era totalmente ciego realizaba con precisión tareas en la biblioteca que otros ni siquiera podían soñar hacer.
Muchas personas se sorprendían, pensaban que Fernando podía ver. Para los que lo conocimos no había sorpresas, es más por su desempeño fue elogiado por la DIBAM de Antofagasta. Recuerdo una sagaz frase que algunas veces decía Fernando: “Es que los murciélagos volamos alto.”
Sin embargo, Fernando estaba condenado desde que nació. Cierto, la mayoría de nosotros estamos condenados en este sistema, pero en el caso su condena era mucho más terrible. Nació y creció pobre, indígena y ciego.
Pero se enfrentó con valentía y dignidad a una sociedad hostil y en el mejor de los casos paternalista e hipócrita.
Casi todo el tiempo excluido y marginado por su condición, una que otra vez recordado por alguna campaña política o algún proyecto inclusivo que finalmente terminaban por olvidarlo. Tocó miles de puertas, pero casi todas terminaban por despreciarlo.
Fernando murió esperando un traslado hacia un mejor hospital. Esta es la zona más productiva del país, pero a pesar de esa riqueza, no hubo un solo quirófano que asegurara un mínimo la posibilidad de intentar salvar la vida de Fernando. Él no murió por su enfermedad, murió por la injusticia y la indiferencia.
Lo recordaré como un buen compañero, un leal amigo y por aguda inteligencia. Lo extrañaré mucho, nos quedaron varias conversaciones pendientes. No fue perfecto, era como cualquiera de nosotros, seguramente mejor y nunca nos dimos cuenta.
Muchos nunca vieron lo especial que era Fernando, esos son los verdaderos ciegos.
En memoria de Fernando Molina Sandón