Lo que distingue a la humanidad del resto de los seres vivos es la capacidad que tenemos de articular un lenguaje complejo y una autoconciencia de orden superior, lo que significa por un lado la capacidad de conversar reflexivamente y a la vez darnos cuenta de que nos damos cuenta de que tenemos una ética personal que guía nuestros actos (o que al menos debería guiarlos), lo que implica a su vez una acción reflexiva.
De esto se desprenden varias conclusiones. Una de ellas es que la conversación naturalmente se da en un espacio relacional, por lo que la humanidad misma se desarrolla en este espacio, no en otro. Pero una conclusión en la que quisiera detenerme en este texto es que ambas capacidades fundamentales tienen un común denominador: la reflexión.
Efectivamente, sin reflexión la conversación suele transformarse en una forma de discusión en la que las partes tienden a competir por ganar “la razón”, dejando de escuchar los argumentos del otro en procura de imponer el propio; no es reflexiva sino competitiva, no es empática, inclusiva ni positivamente constructiva, más bien lo contrario, expresa un egoísmo infantil, segrega por las diferencias en vez de integrar mediante consensos, y construye en base al conflicto.
El haber construido durante milenios un espacio relacional de este tipo, explica en gran medida el modo en cómo nos hemos desarrollado como humanidad, habiendo extraviado nuestro modo original de operar, que estructuralmente está constituido por la solidaridad y el altruismo que, antes y después de todo, favorecieron la colaboración que resultó ser la base de nuestra humanidad.
Entonces hoy día, inmersos en medio de una crisis sanitaria mundial, y por lo tanto económica y social, estas dos capacidades fundamentales que nos hicieron humanos (lenguaje complejo y autoconciencia de orden superior) por cierto que cobran especial importancia, pues ya sabemos que la primera permite el desarrollo de la solidaridad, mientras que la segunda nos permite reflexionar sobre nuestras propias convicciones éticas, cuestión que lamentablemente tampoco hemos desarrollado adecuadamente en nuestro paso por el planeta, siendo muy generalizado un comportamiento social que actúa automáticamente: la mentalidad de rebaño. Si bien este comportamiento automático es propio de las especies gregarias (que se desarrollan en sociedades), se entiende que nuestra capacidad autoconsciente debiera permitirnos evaluar y reflexionar sobre la realidad en la que estamos inmersos y actuar de acuerdo a nuestras convicciones en vez de seguir al grupo sin mediar reflexión alguna, lo que lleva a comportamientos irracionales como comprar un producto sólo porque la mayoría lo compra, dejarse llevar por el pánico colectivo y caer en estado de crisis individual a veces sin saber bien si el motivo del pánico de los otros realmente es un motivo suficiente para uno entre en pánico, o simplemente, como expresa la clásica imagen de los elefantes, seguir la fila que va tras de un guía aunque uno a uno caigan sin resistencia al abismo.
De esta manera, en estos momentos (y como debiera ser siempre) no sólo es importante concentrarse en estas dos capacidades fundamentales, sino resulta urgente llevarlas a la práctica. Por una parte debemos actuar solidaria y altruistamente en pos del bien común, procurando ayudar a disminuir estresores que tienen que ver con necesidades básica como lo son la alimentación y la vivienda, resultando un claro y vehemente llamado tanto a los arrendadores a que procuren flexibilizar el monto, plazo y forma de pago de los arriendos, así como a los almaceneros o distribuidores de alimentos y productos de primera necesidad para que no especulen con los precios; es tiempo de ayudarnos como sociedad, no de sacar provecho económico de la emergencia ni de la vulnerabilidad de los demás. Lo mismo para cada uno de nosotros, ayudar en lo que se pueda.
Y por otra parte, fundamental es detenerse a reflexionar antes de actuar, evaluar la información que nos entregan antes de darla por cierta y, particularmente, procurar gestionar el natural estrés que genera esta situación de crisis realizando acciones concretas que estén al alcance para potenciar las herramientas psicológicas que nos permitan manejar adecuadamente las también naturales emociones disrupivas como son el miedo, la ansiedad y la incertidumbre, pues de ellas además podemos sacar un muy positivo aprendizaje, provecho que todos esperamos nos ayude a ser mejores humanos.
Como siempre, pero más que nunca, es tiempo de reflexión.