No quiero parecer majadera y volver y volver sobre el mismo tema. Pero a veces no queda más remedio. Porque me siguen diciendo que si no me gusta que me vaya. Y ahora más que antes, ya que me lancé a contar lo que siento.
Por otro lado esto es entretenido y voy a seguir, ya que le encontré el gustito.
A principios del mes, quedamos choqueados por el vil asesinato de una pobre chica originaria de Bolivia, con la que me siento identificada, ya que yo también soy una especie de ciudadana inmigrante de segunda clase aquí, como me lo reiteran con frecuencia algunos aborígenes desubicados.
Estuve en la manifestación que se produjo a raíz de eso y si algo me llama la atención es que no hay ninguna organización indígena que haya tomado la bandera de la creciente inseguridad que vivimos en este pueblo. Pero que podíamos esperar, si esas organizaciones están más entretenidas en mirarse el ombligo y en recolectar ya no pesos, sino ricos dólares.
Este pueblo está lleno de carencias y problemas. Pero también tiene su magia y su encanto, y sus posibilidades. No soy masoquista. Si no hubiera futuro, no necesitarían decirme que me vaya, ya estaría haciendo las maletas.
Pero tenemos que superar ese discurso de “cómo se hacían las cosas antes”, de la tradición mentirosilla. Porque no lo vamos a negar, quienes menos respetan su pasado son los mismos que cacarean sobre los abuelos y las tradiciones y después venden alegremente sus terrenos. Lo sé, porque yo compré uno.
Quizás sea hora de superar la palabrería sobre el pasado y pasar a ocuparnos de aquello que realmente podemos controlar, es decir nuestro futuro.
Quizás ya no debamos preguntar tanto, ni darle tanta vuelta a como era San Pedro hace 10, 20 o más años. La nostalgia es una trampa.
Porque mejor no empezar a conversar sobre el San Pedro que queremos.