El sociólogo y profesor Marcelo Valko, en una de sus obras cita la siguiente frase de José Hernández Arregui: “la historia oficial es la obra maestra de la oligarquía”.
Durante largo tiempo hemos sido adoctrinados sobre la historia de nuestros países. El protagonismo de nuestros antepasados y de nuestros pueblos ocupa poco interés en esta historia escrita desde arriba. Los pueblos indígenas han sido presentados casi como meros espectadores o incluso inexistentes en todos los procesos históricos.
La mayoría de los monumentos y honores son en homenajes a próceres que representan los ideales de las altas jerarquías sociales y las páginas de los libros se ha atiborrado de gestas históricas y nombres que no son los nuestros, mientras que los pueblos indígenas, negros y mestizos siguen invisibles en la historia oficial.
En estas fechas cercanas a las fiestas patrias es uno de los momentos más oportunos para examinara la obra maestra, especialmente cuando se trata de las independencias.
Las juntas de gobierno que brotaron por casi todas las capitales virreinales, provinciales y capitanías generales no buscaban romper con la corona, es más sus promotores fueron ardientes súbditos leales, llamaban a su rey Fernando VII-que estaba preso en Francia- “el Deseado.”
Estas juntas estaban lejos de ser movimientos nacionales, eran más bien locales y muy exclusivas. Las juntas estaban compuestas por hombres blancos, dueños de negocios y propietarios de haciendas que anhelaban desde hace mucho una mayor autonomía económica y expandir sus intereses de clases, pero no se interesaban para nada en cambiar las relaciones sociales de desigualdad o acabar con el recalcitrante racismo, ambos eran los pilares del sólido sistema colonial.
Rápidamente casi todas estas juntas fueron derrotadas por el poco apoyo popular que tenían. Las independencias vinieron tiempo después, las mismas se lograron gracias al sacrificio y la sangre que derramaron nuestros pueblos.
Mientras otros juraban fidelidad a un rey sin corona, en el Alto Perú se formaron guerrillas que sin apoyo externos combatían contra el sistema colonial. El grueso de este movimiento de liberación nacional estaba conformado principalmente por indígenas quienes heredaron los principios de la Revolución Andina, la cual en su momento propuso romper con la corona y hacer cambios transcendentales en las relaciones sociales, culturales y económicas. Los grupos guerrilleros lucharon por más de una década en las duras condiciones de las montañas de los Andes que fue el escenario de las más cruentas y desiguales batallas por la independencia. Las victorias logradas sellaron el fin del dominio colonial, incluso facilitaron enormemente la realización de hazañas como la de San Martín que comandó un ejército compuesto principalmente de negros y mapuches. Esta fuerza fue la que liberó Chile, pudo finalmente desembarcar en Lima.
Pero una vez obtenidas las independencias, los asientos presidenciales y congresistas fueron para los que no arriesgaron sus vidas, ni sus propiedades. Juana Azurduy, la valiente mujer que obtuvo una de las más importantes victorias en el corazón mismo del sistema colonial en Potosí, denunciaba ante Simón Bolívar que los mismos quienes asesinaron a su marido y que pusieron su cabeza en una pica, son los mismos que ahora gobiernan. A nuestros pueblos se les negó el derecho de participar en la construcción de las repúblicas, no se valoró su desgaste y el haberlo sacrificado todo a favor de las causas independentistas.
Las élites que esperaron cómodamente los resultados de la guerra, una vez que empezaron a gobernar, también empezaron a construir su propia narración de la historia de Abya Yala. Las élites se presentaron como los protagonistas principales de los acontecimientos, mientras que omitieron cualquier participación de nuestros pueblos, en el mejor de los casos solo aparecieron como grupos conquistados de un pasado remoto e inútil. Esto ayuda a explicar el porqué de las políticas indígenas.
Por ejemplo, el Estado chileno durante la Guerra del Salitre eliminó cualquier categoría indígena y se afanó categorizar como atrasadas las prácticas andinas. A pesar del gran aporte de nuestros pueblos, lo indígena tiene poca cabida en la historia y en lo que piensa que es Chile, un país que se presenta más como un producto de algún rincón de Europa.
Desde el inicio de las repúblicas se construyó una historia y se ejecutó un tipo política sin tomar en cuenta a nuestros pueblos. Los indios solo fueron un apéndice sin nada que aportar, sin nada que pensar, sin nada que hablar y obstáculos en la construcción de las repúblicas. Esta narración ha sido tan efectiva que a pesar que en la mayoría de los nosotros corre sangre indígena e incluso negra, negamos nuestra propia composición histórica y cultural. Es por eso que todavía no se entiende aspectos como plurinacionalidad, incluso se llega hasta odiar esta idea, pero esto simplemente es la propia negación de lo que somos gracias a la doctrina del olvido que hemos recibido.
La obra maestra en las últimas décadas se ha encargado de apantallar que el pasado ha sido reparado, pero estamos todavía muy lejos de cualquier tipo de reconciliación. El odio, miedo y racismo hacia los pueblos indígenas y negros es palpable, la discriminación continúa e incluso en los territorios mapuches se respira un ambiente de guerra.
Analizar la historia de los países en Abya Yala es ver claramente que se trata de una historia de despojo y muerte de los pueblos indígenas. El supuesto desarrollo y logros que elocuentemente mencionan las repúblicas está basado sobre los cuerpos de millones y millones de indígenas, negros, mestizos y pobres del continente. La historia de las repúblicas no es más que la historia de un colonialismo continuado.
Si elimináramos la romántica periodización que abarca la historia colonial y republicana, y la reemplazáramos por una narración desde la experiencia desde los pueblos indígenas y desposeídos, sin lugar a dudas mostraríamos que es una historia que combina saqueos, invasiones, traslados forzosos, discriminaciones, olvidos, negaciones y por supuesto genocidio.
A pesar que la obra maestra de la oligarquía fue diseñada sin nuestros pueblos, de algún modo hemos resistido. Pero falta más. Los huesos de nuestros antepasados siguen reclamando ser escuchados, los cuerpos que quedaron esparcidos en los campos de batalla por las independencias y de los descuartizados piden no ser olvidados.
Recordarlos, honrarlos, comprender su legado es hacerle justicia. Conocer su historia es nuestra responsabilidad con ellos y con nosotros.
En estas fechas es oportuno hablar, pensar sobre ellos y en nuestra historia. Es el momento de desmontar la obra maestra y seguir en la construcción de una historia desde nosotros mismos.