Lo público y lo privado

Envie esta Editorial Version de impresion de esta Editorial Publicado el 06 de Noviembre de 2011 Visto 372 veces
En nuestra primera editorial, entre otras cosas, dijimos que “Los que tengan funciones públicas,  aquellos cuyas acciones nos afectan a todos, deben aprender que sus acciones son públicamente discutibles,  criticables, opinables y a veces incluso ensalzables.”

Empiezo esto a raíz de una conversación, en que un dirigente, en este caso de una Comunidad Indígena, me reprochaba por lo que el llamaba mi “indiscreción” y mi “meterme donde no me habían llamado”

Pero además el partía su reclamo desde una posición en la que consideraba que “pueden decir lo que quieran, pero nosotros no tenemos que darle cuentas a nadie”

Puede ser que algún dirigente piense que no tiene que darle cuentas a nadie, solo por que no tiene que dar una cuenta legalmente (aunque eso es muy discutible, sino preguntémosle a la Contraloría General de la República), pero cuando sus acciones nos afectan a todos, es un poco absurdo escudarse en legalidades.

Nosotros pensamos que cuando las acciones de alguien tienen consecuencias públicas, debieran poder ser discutidas públicamente. Distinto es que nosotros, la gente, tengamos alguna posibilidad de intervención en las decisiones. Muchas veces no la tenemos. Pero negar el derecho a discutir las cosas,  parece un modelo que ya creíamos haber dejado atrás: se llama dictadura.

El derecho a discutir públicamente las acciones de las personas, si es que esas acciones son parte de su cargo público, es algo que atraviesa todos los liderazgos, desde las juntas de vecinos, pasando por los clubes deportivos hasta llegar a las Comunidades Indígenas y al gobierno, local, regional o nacional.
Por supuesto, los círculos de discusión y también la importancia de las decisiones, tiene que ver con el alcance de esos liderazgos. No es lo mismo lo que haga un directorio de club deportivo que lo que haga la alcaldesa, que lo que haga el tesorero de una Comunidad Indígena.

Pero en todos los casos, aquel que trabaje, al menos en teoría, por nosotros, para nosotros, debe tener claro que podemos comentar y criticar sus acciones. Así como les puede gustar que los alaben, y ahí no se acuerdan de que no tenemos derecho a inmiscuirnos, también deben aceptar que las consecuencias de sus actos no pueden quedar en el secreto. Ese es el principio del camino que lleva a la impunidad. La impunidad solo beneficia a los delincuentes.

¿Y lo privado? Tu familia, tus preferencias sexuales, tus ratos libres, tus hobbies, la forma en que crías a tus hijos, a que dios adoras, y muchas otras cosas. Aún en esas áreas de tu vida, hay límites. Tienen una clara diferenciación: son cosas personales. Y sólo se convierten en algo público cuando traspasas esos límites. Por ejemplo, si golpeas a alguien porque cree en un dios distinto al tuyo.

Cuando tu trabajo como dirigente, tu trabajo como funcionario de gobierno, tu trabajo como editor de un medio de comunicación, etc., te lleva a actuar sobre las vidas de otros, es cuando entras de lleno en el ámbito de lo público.

Ahí no puedes decir que tus acciones no le incumben a nadie, o que no te importa lo que digan.

Ahí es cuando empiezas a tener que dar cuentas. Y esa cuenta es pública.

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