Cumbre del Agua: “No somos dueños, somos parte de la Pacha”

La cumbre latinoamericana, que hace pie en el agua como eje transversal de las luchas de pueblos indígenas, organizaciones socioambientales, asambleas y la ciencia anti-extractivista, tuvo su quinta cita anual en Jujuy. El Tercer Malón de la Paz y las comunidades de Salinas Grandes fueron los anfitriones. Crónica de un encuentro para enmarañar identidades, compartir estrategias y extender territorios.

Envie este Recorte Version de impresion de este Reportaje Publicado el 13 de septiembre de 2024 Visto 179 veces

Como ha escrito y relatado el intelectual aymara Simón Yampara-Huarachi, la vida andina, se da en un diálogo de comunidades cósmicas. Todas las cosmovisiones que atraviesan el mundo andino-amazónico señalan como fundamental la existencia de mundo espiritual y un mundo de la vida material, unidos. El calendario agrícola-social está lleno de wakas (deidades) sagradas y cada elemento de la naturaleza tiene su propia entidad sagrada: Yacumama (la madre agua), Killamama (la madre luna), Saramama (la madre maíz) y muchas otras.

Por cada una de ellas, hay fiestas, ofrendas, cantos y ceremonias. Este cosmocentrismo sagrado, sitúa y explica, cómo fueron los días, 6, 7 y 8 de septiembre en los que se realizó la quinta Cumbre Latinoamericana del Agua para los Pueblos en el territorio indígena de El Moreno, Jujuy, porque la mayor parte del tiempo, se estuvo entrando y saliendo de rituales. Entrando y saliendo de ofrendas y ceremonias, entrando y saliendo de la palabra al canto y del canto al abrazo y del abrazo a la comida, y de nuevo a la ceremonia y el ritual.

La cumbre es organizada, desde 2018, por asambleas socioambientales en alianza con Pueblos Indígenas, organizaciones de Derechos Humanos, científicos e investigadores anti-extractivistas. Independiente de cualquier gobierno y partido político, la cumbre tuvo su primer encuentro en Catamarca y siguió cada año, con el intervalo de la pandemia, en Jachal (2019), Allen (2022) y Mar del Plata (2023). Esta quinta cumbre, organizada por el Tercer Malón de la Paz junto a las Comunidades indígenas de Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc fue, más que cualquier otra, un largo ritual en defensa del agua.

Y ese largo ritual, fue también una continuidad entre el agua y el nosotros, entre los vientos y el frío, el calor y el fuego, la Pacha y la presencia allí. Este contexto, fue el que propuso y el que dispuso, Raúl Sajama (autoridad de la Comunidad Angosto El Perchel, Tilcara), quien ofició como uno de los moderadores y guía para ir transitando las entradas y salidas de esos momentos.

La voz de Sajama es, literalmente hablando, reconocida entre las comunidades indígenas de Jujuy y de todo el noroeste argentino, ya que durante años llevo la realidad de los conflictos indígenas a todo el territorio a través de Radio Nacional, y en los últimos años, también a través de los canales de televisión local y nacional. Fue Raúl, en las palabras de bienvenida a la Cumbre del Agua para los Pueblos, quien estampó con una frase certera y corta cuál sería el camino a seguir para el resto de los días: “No somos dueños, somos parte de la Pacha. Le pertenecemos a ella, y no al revés”.

Esa sentencia, fue ganando cuerpo y experiencia, espacio y tiempo, en el transcurrir del día a la noche y de la noche al día. Cada mañana, con cada nueva discusión, con cada mate cocido compartido, con cada plato de guiso, con cada proyección y mesa de discusión, con cada intercambio de palabras, esa sentencia nos adentró en la pertenencia a la Pacha, reflexionando, sobre cuál es el camino indicado, para cuidarla, recuperarla, defenderla, regenerarla, ante tanto saqueo, daño y dolor.

Resistir y recrear, defender y sembrar

Cada ceremonia y ritual tuvo su particularidad. En la de bienvenida, una dualidad de chacha-warmi (varón mujer) pasó a realizar su ofrenda y entregar unas palabras. Todos lo hicieron a orillas de la boca abierta de la Pacha, respetuosamente, unidos y protegidos por un poncho que fue rotando de espalda en espalda. Allí se escucharon gritos de guerra, muchos Jallalla, Kausachun, Chey Chey, Marici we, con potencia y coraje, pero también, hubo voces entre cortadas, lágrimas y tristeza.

Esas sensaciones transitaron los cuerpos de todas y cada una de las vidas que habitan los territorios de saqueo. Sea los de allí, como los de todos aquellos que habían viajado cientos de kilómetros para participar de una Cumbre del Agua para los Pueblos que colmó las expectativas de todos y multiplicó el compromiso de lucha. Desde Perú, Chile, Uruguay, Colombia y diversos rincones de Argentina, todos tuvimos un momento para acercarnos a la Pacha a rendir nuestra ofrenda, durante las casi tres horas que duró la ceremonia de apertura.

La segunda mañana, bien temprano y con el sol recién salido, se hizo una ceremonia del agua, a orillas del pequeño río que atraviesa el pueblo. En esta ocasión, los hermanos del Perú, del pueblo de Puno, integrantes de la Confederación Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería e Hidrocarburos (Conacamhi), fueron los encargados de guiar el ritual. Otra vez, durante más de tres horas, llevamos adelante un largo compartir con el agua.

En distintas lenguas, como el quechua y el aymara, fuimos nombrados cada uno de nuestros territorios en peligro. Mirando al imponente apu (abuelo) Chani que se encontraba frente a nosotros, fuimos trayendo el eco y los nombres de nuestros otros cerros-apu amenazados por el extractivismo: el Aconquija, el Famatina, el Aconcagua, entre tantos otros.

Luego, al sonido de quenas y pututus, el círculo de ceremonia fue deviniendo, de baile y canto, en una caminata que recorrió las callecitas de El Moreno hasta llegar a la Escuela Secundaria Agrotécnica N° 9, donde se realizó toda la jornada de debates, conversaciones e intercambios.

El tercer día por la mañana, las autoridades locales de la comunidad indígena de El Moreno, junto a las autoridades del pueblo de Perú, se acercaron a las cenizas que habían quedado de la gran fogata de ofrenda. Allí, sentados en silencio y con paciencia, leyeron el mensaje de los apus, los abuelos y la Pacha, y transmitieron con alegría que la ofrenda había sido recibida con plenitud. Cenizas blancas y completas, una señal de que la lucha y toda la jornada había estado acompañada por la fuerza del agua y el territorio.

Sin embargo, como señaló uno de los hermanos de Tilcara: “El Inti está lleno de rojo, y entonces habrá sangre… pero ese no es el camino”. Efectivamente, en cada relato de los hermanos jujeños, de quienes caminaron y acamparon con el Tercer Malón de la Paz, de quienes vienen resistiendo contra los gobiernos y las empresas, en cada una de sus palabras, la violencia esta siempre presente, marcada en el cuerpo, impresa en la memoria.   

Ese fue también otra gran péndulo que atravesó la cumbre; el dolor y la alegría, el miedo y la esperanza, la violencia y el cuidado, la destrucción y la siembra. Solo que no fue a la manera occidental, de opuestos enfrentados, sino como la dualidad complementaria del mundo andino y aymara. Por eso, todas las ceremonias, todos los rituales, los grandes y los pequeños, fueron abrazados en la resistencia y la reproducción de la vida. No como polos enfrentados, sino como las dos tareas complementarias que debemos afrontar, resistir y recrear, defender y sembrar.  

Foto: Gianni Bulacio

“Nosotros sabíamos hachar la sal, vivir de la sal” 

Para llegar hasta la localidad de El Moreno, hicimos un viaje de diez horas. Luego de subir por la imponente cuesta de Lipán, desembocamos en una gran planicie que da ingreso a Salinas Grandes. En esos últimos kilómetros de asfalto, los que siguen al final de la cuesta, todavía se imponen algunos tonos verdes y amarillos. Pero en cuanto uno llega a Santuario 3 Pozos, allí, el terreno muestra un corte abrupto, tajante. El verde y amarillo se detiene ante una línea recta que nada tiene de imaginario, allí, empieza el reino de la sal. La blancura agrietada de los imponentes salares, y eso, es apenas un pestañeo de lo que se pueda apreciar desde la ruta.

Antes de tomar el desvió de tierra hacia el pueblo, ahí mismo sobre la ruta, le da la bienvenida a todo el mundo la Feria de la Sal. Un gran puesto de artesanías, con la oficina de turismo y algunas construcciones más. Desde ese mismísimo inicio, los carteles lo ponen a uno en contexto: “No al Litio”. “El agua vale más que el litio”, reza el gran cartel de ingreso a la feria.

  Para las miradas urbanas y para las turísticas, el salar es un lugar inhabitable, otro de los tantos desiertos construidos por el imaginario occidental. Sin embargo, al estar allí con sus habitantes, al escuchar sus voces y relatos, las largas y extensas memorias de vida, se empieza a comprender qué significa para estos pueblos la “sal” y por qué los salares son lugares que alimentan la vida, tanto como son hogar de una enorme biodiversidad.

Para adentrarse en ese mundo, el sábado por la tarde en el gran salón de la escuela secundaria, compartimos el documental Kaplla Kachi (La fuerza de la Sal) realizado por las Comunidades de la Cuenca de Salinas Grandes y Laguna de Guayatayoc. En él, Walter Alancay, de la comunidad de Aguas Blancas, relata: “Aquí los arrieros llegaban (al salar) con sus burritos, hachaban su sal y se iban a la Quebrada. Llegaban a la Quebrada y hacían intercambio por frutas y verduras… O sea, no había que pedir permiso como ahora, ahora el Estado se ha hecho dueño de las salinas… Antes la salina era de todos”.   

Testimonios como el de Walter se repitieron una y otra vez en el transcurso de la Cumbre del Agua para los Pueblos. No solo sobre el trabajo en las salinas, sino sobre todas las formas de trabajar la tierra. La escuela misma tiene sus cultivos de papines, habas y ajo, que la directora Etelvina mostraba con orgullo y que sus estudiantes vendieron con alegría. Las economías alternativas, las cooperativas, todas las otras formas de sustento, abastecimiento y producción estuvieron en el eje de las discusiones.

Las comunidades lo saben con total certeza, no alcanza con decir que “no al litio”, también hay que pensar en los modos propios de vida, sustento y producción. Por eso, se habla tanto de las empresas transnacionales, como se habla de las llamas y vicuñas. Se menciona por igual, la violación a la consulta, previa, libre e informada —contemplada en el Convenio 169 de la OIT y en el Acuerdo de Escazú— como se habla de tejidos y semillas.

En cada territorio están presentes los elementos que hacen a la identidad. Cada pueblo trajo el suyo, en su vestimenta y su palabra, en su canto y sus instrumentos, y no hubo quien no mencionara como una lucha fundamental de esta época recuperar la identidad, la lengua y la espiritualidad. En el territorio de las comunidades anfitrionas, la “sal” es, antes que nada, identidad. Por eso, el pequeño recordatorio de la cumbre que obsequió la cooperativa de Salinas Grandes a cada participante, no fue un puñado de sal, sino un pedacito de territorio y memoria, un obsequio para “hacernos parte” del vínculo con los salares.

Eso es parte de la fortaleza de la Cumbre del Agua para los Pueblos, tejer esos vínculos, generar esos compromisos, hermanar las luchas, enmarañar identidades, extender territorios, una vez más, ser parte: somos agua y también somos sal.

“Díganle a Milei que yo voy a morir con las ojotas puestas”

Como en muchos otros encuentros actuales de lucha, la presencia mayoritaria es de mujeres. Y en este caso, una presencia importante de mujeres jóvenes. Si bien no hubo paneles específicos para abordar la violencia de género, las mujeres le pusieron palabras y cuerpo a las realidades que sufren a diario y a las maneras en las que las enfrentan. Mujeres que sostienen el hogar, mujeres docentes, mujeres campesinas, mujeres maloneras, que marchan y acampan, mujeres que toman el micrófono y hacen retumbar su mensaje.

Mujeres, que son mamitas, doñitas, abuelas y paisanas. Mujeres como Aurora Choque, que en un discurso conmovedor y lleno de fuerza dio el alerta: “¡Está secándose el cerro! El cerro Coyahuima reparte para tres (pueblos), para El Toro, para Colanzuli y para Coyahuima, y esa agua nos están sacando a nosotros”.  Y luego, con ironía y valor, parafraseó al presidente Javier Milei, quien, en 2023, había dicho que “como un gladiador, estaba dispuesto a morir con las botas puestas”. Aurora, como kolla, retrucó: “Díganle a ese Milei que yo voy a morir con las ojotas puestas”.

Fueron también las mujeres mapuche, llegadas desde Río Negro, las que le pusieron voz a una brutal persecución que lleva adelante el Estado contra sus machis y sus territorios. Y otra mujer campesina la que remarcó que “el agua no es problema del futuro, acá ya nos quedamos sin agua, ya se sacaron las vertientes”.  Esa frase fue puente para traer todas las situaciones de lucha que atraviesa el país y el continente.

Las palabras que compartieron desde Uruguay, las que trajeron desde Chile, las que contaron vecinos afectados de la cuenca del Rio Paraná, de la cuenca del Plata, de las represas en el sur y los ríos secos en Antofagasta de la Sierra; las aguas contaminadas en las grandes urbes y también, la escasez total de agua, como contaron las mujeres de la organización La Poderosa, que vivieron épocas terribles durante la pandemia, sin ningún tipo de acceso al agua potable en los barrios marginales del Gran Buenos Aires.

La cumbre hace pie en el agua como eje transversal de todas las luchas. Del Kollasuyu al Tawantinsuyo pasando por el PuelMapu, no importa quién lo diga, desde qué territorio o qué realidad. En casi todos los discursos, en todos los debates, en los documentales y libros que circularon, en las paredes pintadas, en las banderas, en los carteles intervenidos, la consigna es una y es clara: “Sin agua no hay vida”. Ese fue también el llamado que se reiteró, una y otra vez, para unir las luchas sociales del país, para dejar de lado, como lo dijo muy claro Pablo Salas, de la Conacamhi: “No debemos dejar que nos dividan, ni los credos, ni los gobiernos, ni los partidos políticos”

Cumbre del Agua para los Pueblos o seguir construyendo caminos en defensa del agua

La realidad argentina, y de todo el continente, es crítica. La declaración de la Quinta Cumbre del Agua para los Pueblos ofrece un resumido estado de situación de la región entorno al extractivismo: petroleras offshore en los mares, agronegocio, monocultivo, agrotóxicos, desmonte, quema de bosques y humedales nativos. Falsos discursos de desarrollo, transición energética, megaminería de litio, entrega y apropiación de territorio marítimo. Acuerdos de gobiernos con empresas extranjeras para la privatización del agua, con Mekorot a la cabeza; pero también con transnacionales como Danone, Nestlé, Coca-Cola o el avance de empresas locales como Manaos en Santiago del Estero. Derechas extremas dirigiendo gobiernos; autoritarismo y xenofobia. Un panorama de colapso climático y profundización de la desigualdad, el hambre y la pobreza, escalofriante.

Pero también, del otro lado de la moneda, durante los tres días del encuentro se compartieron experiencias de victoria, avances en la protección de los territorios y alianzas, que auguran un futuro por el cual vale la pena seguir peleando. Las asambleas socioambientales, las organizaciones barriales y urbanas, las organizaciones de la sociedad civil —como Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN) que lleva años de trabajo territorial con las comunidades de Salinas Grandes — y las comunidades indígenas tienen, por ejemplo, una larga acumulación de saberes en materia legal.

Desde fallos ambientales promisorios como el de la Comunidad indígena Atacameños del Altiplano en Catamarca a fallos internacionales como el de Lakha Honhat, desde las experiencias de creación de protocolos propios de consulta como el Kachi Yupi o el Jarkaspa hasta las experiencias de lucha por instrumentar la Ley de Propiedad Comunitaria Indígena (26.160).  Todas estas experiencias demuestran que la vía legal es una importante y valiosa estrategia de lucha.

En otro sentido, la otra gran lucha presente, fue la de los organizadores y anfitriones, el Tercer Malón de la Paz. En un momento de pausa, entre un almuerzo a las corridas y la redacción de la declaración, el cacique del Pueblo Ocloya Néstor Jerez, quien estuvo los cuatro meses y medio de acampe en la Ciudad de Buenos Aires, compartió con este cronista un balance sobre la gesta del año pasado. La respuesta de Néstor fue larga y pausada. Lo primero que dijo, con palabras simples y serenas, es que “no pasa todos los días. Unas pocas veces en la historia se pueden ver marchas así... Para nosotros, que se haya dado el Tercer Malón, ya de por si es un hecho histórico”. 

Luego mencionó la importancia del reclamo, de todo lo que significó la protesta en Jujuy, los cortes de ruta, las alianzas que se tejieron y la solidaridad de quienes se acercaron al acampe. Pero ninguna de esos aspectos fue el que más resalto, en su relato hubo otra cosa, un reconocimiento a sus pares, a lo que significa dejar la hacienda, los animales, la chacra, la familia, dejarlo todo para ir a defender, contra todas las adversidades, una causa, una lucha. Ese, también es el otro lado de la moneda. No importa que esté Milei, que las transnacionales tenga comprado al Poder Judicial, a los organismos internacionales, a la Policía y a Gendarmería, la gente ya sabe eso, hace años. Lo increíble, es que sabiendo todo eso, emprenda la caminata igual, salga a seguir dando la lucha.

En este sentido, la Cumbre del Agua para los Pueblos es también un hecho histórico. Porque no importa cuán poderosas sean las transnacionales del litio, no importa cuántos Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones quieran beneficiarlas, cuántos gobiernos de derecha o progresistas quieran vender los territorios. Lo que realmente importa, es que hay una larga, larguísima memoria de lucha y resistencia, que los pueblos actualizan una y otra vez. El Tercer Malón y la cumbre forman parte de ese tejido de memoria y resistencia. Una vez más, ser parte de la Pacha manteniendo nuestros rituales, ser parte de la memoria, sosteniendo nuestras luchas.

El cierre fue, como no podía ser de otra manera, con un gran ritual alrededor de unas vasijas colmadas de agua y rodeadas de sal. Luego, abrazos, alegrías, lágrimas, cantos y despedidas. Unos minutos antes de eso, se realizó, como siempre, la votación para decidir el próximo lugar donde se realizará la cumbre: será en Chile, en San Pedro de Atacama. El Consejo de Pueblos Atacameños, integrado por 18 comunidades atacameñas-Lickanantay de la cuenca del Salar de Atacama, será el anfitrión. Hacia allí irán asambleas, pueblos indígenas, organizaciones ambientales y científicos anti-extractivistas el año que viene, a seguir construyendo los caminos en defensa del agua.



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