Las comunidades han convivido con el Salar de Atacama -que concentra una de las mayores riqueza del litio del mundo- durante cientos de años. El salar está en sus tradiciones, en su cultura y en su lenguaje. Es parte de su existencia. La explotación del salar para fines mineros ha puesto en jaque el futuro inmediato de estas comunidades y su cultura.
Por esta razón los poblados de Toconao, Socaire y Camar, conocidos en su conjunto como las comunidades del “Borde Sur” -para hacer la diferencia con el Consejo de Pueblos Atacameños (CPA), que representa al sector al norte del poblado Toconao-, se asumen movilizados.
Ellos sienten o han aprendido con el tiempo que los recursos económicos para resarcir el daño ambiental y cultural son finalmente una manera de hacerlos cómplices de la destrucción de los milenarios ecosistemas de los frágiles salares altoandinos. “Nuestros adultos mayores están tristes pues nuestra comunidad puede desaparecer”. La frase que pertenece a Marisol Cruz, de la comunidad de Socaire, resume de manera significativa el dilema.
El Salar de Atacama, que tiene una superficie de más de tres mil kilómetros cuadrados, está ubicado a 56 kilómetros al Sureste de San Pedro de Atacama (al interior de la Región de Antofagasta, en el norte de Chile). El paisaje al interior del salar es blanco radiante que se potencia con el “Tata Sol” provocando a ratos ardor en los ojos y dentro de éste, el lugar más turístico es la laguna Chaxa, donde se pueden apreciar a los últimos flamencos.
Un guía expone la existencia y cualidades de estas aves andinas que a cada tanto vuelan en bandada tiñendo de motas rosadas el cielo pristino. El hábitat de los flamencos ha sido afectado por la industria, según los comuneros y la evidencia científica. El recurso acuifero no es el mismo de hace diez años y aquello queda en evidencia después de revisar fotografías antiguas.
En la entrada de la Reserva Nacional de Flamencos, donde crece flora adaptada de manera milenaria al entorno de costras salinas, representantes de las comunidades mencionadas -vale repetir: son familias asentadas hace siglos en el lugar- expusieron sus afectaciones por el extravisimo ante una delegación de la Asociación de Municipalidades del Norte de Chile, AMUNOCHI. El propósito del grupo es visibilizar un problema cuyo impacto se desconoce: la etiqueta del litio, relacionada al desarrollo económico del país, cubre todo lo que afecta a sus intereses.
Agricultura
Marisol Cruz, de la comunidad de Socaire, expresa con emoción que están pasando por el momento más complejo en la historia de su comunidad -de al menos 400 personas-. En este contexto se sienten solos. “La reducción hídrica ha disminuido en un 50% por problemas ambientales con un efecto evidente en la agricultura. Nosotros comemos de lo que cosechamos. Por esta razón es tan importante la agricultura.
No queremos emigrar por la carencia de agua ni de la tierra, pero hoy nos damos cuenta que las tierras no están aptas para cultivar. A esto se suman las plagas que han afectado en un 100% los cultivos de habas y papas, además de lluvias ácidas. Todo esto lo sabemos nosotros. El gobierno desconoce nuestra realidad y afectaciones, pero toma decisiones que implican el territorio donde habitamos. Eso nos duele”, dice.
Afirma que los salares son importantes para su ritualidad. “Somos comunidades culturales, y siempre hemos sostenido nuestra cultura. Afectar a los salares es dañar a nuestro mundo y sus tradiciones. No sabemos que vamos a heredarle a la generación futura, porque Socaire está en riesgo de desaparecer por esta fiebre por el litio”, asegura.
Agua
El problema en la extracción de litio es el agua que las mineras extraen del Salar de Atacama. Para obtener litio, según el procedimiento técnico, el agua salada es bombeada a tanques gigantes, donde se evapora. A la vez se usan pequeñas cantidades de agua dulce. Las empresas mineras suelen argumentar que la extracción de agua salada no es problemática, porque no se utiliza como agua potable ni para la agricultura. Pero el agua salada juega un papel importante para el ecosistema, afirman los comuneros.
Hasta ahora, la empresa chilena SQM y la empresa estadounidense Albermarle extraen el litio en el Salar de Atacama. El reciente acuerdo entre la estatal Codelco y SQM ampliará la cuota de extraccion de litio hasta 2060, con una serie de compromisos, en el papel -denominado Estrategia Nacional del Litio-, tanto ambientales y con las comunidades.
Luis Buston, secretario de la comunidad Lickanantay de Toconao -donde habitan al menos 800 habitantes-, afirma que los recursos hídricos han disminuido en un 40%. “Las empresas no han sido capaces actualmente de precisar la afectación hídrica del Salar de Atacama, por lo tanto desconocemos de qué manera lo van a explotar hasta 2060 -en el caso del acuerdo SQM y Codelco-. Por su parte el Estado no nos consulta ni nos considera”,
Indica que el agua viene de la cordillera y ha sido ancestralmente la fuente de vida para las comunidades. “Tenemos napas y bofedales que nos permiten existir como pueblos recolectores, pastores y agricultores. En consecuencia al carecer de agua somos los más afectados”, asevera.
Futuro
Manuel Tejerina, encargado ambiental del oasis de Camar -donde viven no más de cien personas-, afirma que llegó en el año 1989 al poblado y por consiguiente ha sido testigo de los cambios, especialmente cuando se instaló la minería. “Nuestra intención es quedarnos acá, continuar nuestra vida, pero se plantó la incertidumbre por el futuro. No sabemos que pasará aquí en 50 años. No estoy en contra del progreso para el país, pero seamos consecuentes y el Salar de Atacama está siendo afectado. Es lamentable ver como se han producido los daños. Cambió la vegetación y la fauna de las lagunas. Hay un discurso barato que dice que el salar es de todos y todas; no señores, aquí hay demandas territoriales ancestrales. Estamos unidos para dar la pelea, y frenar el daño medio ambiental”, afirma.
“Nuestros adultos mayores, quienes conocen la tierra, están apenados. Basta mirar el tamaño de las lagunas que ahora parecen charcos y la reducida cantidad de flamencos. No queremos transformarnos en los primeros desplazados por la industria del Litio”, redondea con vehemencia Miriam Cruz, también de la comunidad de Camar.
En el territorio atacameño o Lickanantay, el solsciticio de invierno tiene su momento el 24 de junio, día que marca el Año Nuevo Indígena, o cuando la tierra comenzaba a enfriarse. Los antepasados se hacían preguntas sobre cómo crecía una semilla o como bajaba el río o la relación de la cosecha y la luna o cuando los flamencos de la Laguna Chaxa anidaban. Toda esa sabiduría ancestral que se logró de la observación del territorio y el cielo, hoy está en peligro de extinción por el engendro extractivista.