Una imagen del Proyecto del nuevo Museo
Ada Aramayo
El pueblo de San Pedro de Atacama es un lugar apacible. O lo es al menos ahora, cuando ha pasado la fiebre turística de enero y febrero. Aunque transitan algunos autos, la mayoría de la poca gente que se ve, camina o monta una bicicleta para moverse por las quince o veinte manzanas del lugar y especialmente por las dos calles principales: Caracoles (donde está gran parte del comercio) y Gustavo Le Paige, que aglutina en unos cien metros al municipio, la plaza, la comisaría, la iglesia (el único edificio que rompe la línea de construcciones de un solo piso) y el museo. Es el centro cívico.
Esta historia se emplaza en esa calle, en ese centro y tiene que ver con el jesuita Gustavo Le Paige, especialmente con el Museo Arqueológico que fundó en 1961, y que hoy pertenece a la Universidad Católica del Norte (UCN). El año pasado el museo se unió con la Municipalidad de San Pedro, para obtener recursos regionales para el diseño de un nuevo edificio que reemplace al actual, que no cumple con las condiciones para resguardar y exhibir como se debe su colección de cerca de 300 mil piezas de la cultura atacameña.
Una colección en riesgo
Es 6 de abril y Manuel Torres, el conservador del museo de San Pedro, está contento porque le llegó su nuevo computador. El antiguo se le quemó por un alza de voltaje en el sistema eléctrico de este recinto constituido por tres construcciones circulares. Es una muestra de la precariedad del actual edificio que -se supone- debe proteger las piezas arqueológicas que allí se albergan. Lo más grave son las fallas estructurales de la rotonda que almacena los objetos: a simple vista se ven las grietas en el adobe, producto de las cerchas de fierro que alguna vez se instalaron, lo que implica que ante cualquier terremoto como el ocurrido en febrero de 2010, la estructura se vendría abajo.
Tampoco se cuenta con las condiciones técnicas óptimas para el almacenamiento de la colección. Si bien se está en un proceso que incluye el traslado de todo el material a una de las alas, la clasificación del mismo y la adquisición de depósitos aptos, todavía hay objetos que están en repisas comunes, abiertas, y otros en cajas de cartón. Además, falta espacio. Y por último, la sala de exposición no posee las condiciones medioambientales (luz, calor, humedad, etcétera) para mostrar y difundir, por ejemplo, una túnica Tiwanaku, de diez o más siglos de antigüedad, que es única en el mundo por su buen estado.
Hans Gundermann, director del museo, cree que el nuevo edificio es "una necesidad país, pues se trata de una de las colecciones más importantes de América Latina". Quienes impulsaron la idea fueron Mark Hubbe -director del museo hasta el 31 de marzo y encargado académico del plan- y René Huerta -encargado de proyectos-. El primero explica que el diagnóstico también tiene que ver con la función de la institución, que en las actuales circunstancias no se puede realizar a cabalidad: "La producción y difusión del conocimiento respecto al patrimonio arqueológico y antropológico de la zona atacameña y alrededores". Huerta habla de "vulnerabilidad", pues sobre eso recae el peso del plan del nuevo museo.
Sigamos entonces con la historia. El concurso lo ganó la oficina Iglesis Prat Arquitectos, en sociedad con TAU 3 Arquitectos. El sábado 22 de enero se debía presentar la idea a la comunidad. Según relata Jorge Mora, el arquitecto que coordina el plan, se buscaba que opinaran sobre el anteproyecto: "Nos habían insistido mucho sobre la participación de ellos", afirma Mora. ¿Qué ocurrió? Los representantes indígenas rechazaron lo que se les mostraba y se retiraron. Mora cree que cayeron en medio de un problema en el que no tienen arte ni parte: "Fuimos muy ingenuos", sostiene, "no tuvimos antecedentes de las tensiones que había".
Le Paige
En este punto de la trama hay que remontarse más atrás en el tiempo. A Gustavo Le Paige (1903-1980), sacerdote jesuita nacido en Bélgica, quien es trasladado desde el Congo hacia Chile en 1953. Llega a la parroquia de Chuquicamata y al año siguiente se mueve a la de San Pedro de Atacama. Allí se interesa por las culturas precolombinas locales y comienza a hacer excavaciones, hasta que en 1963, con apoyo de la Universidad del Norte -actual UCN-, inaugura el primer pabellón del actual Museo Arqueológico Gustavo Le Paige.
Si bien en sus labores arqueológicas el sacerdote contó con la ayuda de los lugareños y muchos le agradecen que haya puesto a San Pedro en el mapa, su figura es controversial. Se apunta a lo invasivo que fue su trabajo, y en especial a la extracción de restos humanos. Es más, el año pasado la comunidad indígena de San Pedro de Atacama logró que por primera vez se reenterraran unas osamentas (fueron encontradas en 2009, mientras se construía un parque). El anhelo de muchos es lograr lo mismo con los cuerpos que hay en el museo; ya en 2007 consiguieron que la institución dejara de exhibirlos (en línea con las actuales tendencias en museografía), como lo anuncia un letrero en la entrada del recinto: "Por respeto al pueblo atacameño, este museo ha retirado todo resto humano de su exhibición al público". A propósito, el proyecto plantea un trato especial para los restos humanos, con espacios de ingreso exclusivo para los indígenas atacameños.
Las tensiones
La relación del museo y algunas comunidades no es la mejor. Mirta Solís, presidenta de la comunidad de Catarpe, asegura: "No se ve una relación concreta con la universidad". Ada Aramayo, presidenta de la de San Pedro de Atacama y miembro de la comisión a cargo de revisar el avance del proceso, espeta: "Han ganado plata, como se dice vulgarmente, a costilla de los indígenas atacameños, y nunca les han aportado nada".
Esas tensiones son las que irrumpieron y se mezclaron con el diseño del nuevo recinto museístico, en el que los grupos indígenas demandan mayor participación, bajo el paraguas del convenio 169 de la OIT sobre "Pueblos indígenas y tribales en países independientes", ratificado por Chile, que señala que los indígenas deben ser consultados sobre lo que se haga en sus tierras.
Tanto Solís como Aramayo señalan que en la reunión de enero la gente sintió que se les estaba presentando algo ya listo, inconsulto (aunque solo era un anteproyecto). Por eso se pararon y se fueron. Dice Aramayo: "Ni el museo ni la empresa se acercaron", "antes de hacer la adjudicación, el museo o tal vez la municipalidad también tendrían que haberles consultado a las comunidades, porque eso es una ley".
Las diez comunidades del pueblo de San Pedro (hay otras ocho en sectores más lejanos) demandan un contacto con la rectoría de la UCN. Por eso, hace algo más de un mes -según calcula Amayo-, nueve de ellas (la décima se sumó después) enviaron una carta con demandas, que entre otras cosas exige la conformación de un directorio en el museo donde ellos tengan una representación del 50%, y así tomar decisiones como la designación del director, la contratación de arqueólogos y antropólogos atacameños ("no sólo gente para hacer el aseo o cobrar la entrada"). Quieren becas en la universidad para sus hijos y participación en los ingresos del museo. Dicen que aún no reciben respuesta, por lo que, revela Aramayo, entre las comunidades ronda la idea de hacer un museo propio: "Creo que luego vamos a tener que ponernos en esa campaña". E insiste en el reentierro de los cuerpos y en ver qué y cómo se va a mostrar la cultura atacameña.
De todos, Aramayo y Solís concuerdan con que hay que renovar el actual edificio: "Pero que no sea para beneficio del mismo museo, porque acá la universidad se favorece de exhibir lo que es nuestro", especifica la primera.
El jamón del sándwich
En medio de toda esa trama, enredados en ella, los consultores a cargo del diseño se sienten "como el jamón del sándwich", en palabras de Jorge Mora y José Pérez de Arce, el encargado de la parte museográfica. Mora cree que "este proyecto desenterró una herida que hay entre el museo y la comunidad, y nosotros estamos pagando por eso"; de ahí que desee que se separen las aguas y que los indígenas los escuchen (de hecho, el plan tiene entre sus objetivos "responder a los requerimientos locales").
El municipio -mandante en todo y responsable de administrar los dineros- apoya la idea de un nuevo museo, según sostiene la alcaldesa, Sandra Berna: "Tengo que jugármela, porque es lo que yo quiero para el museo", "hoy día éste no se identifica con el título de capital arqueológica que tiene San Pedro". Piensa reunirse con las comunidades para aclarar las cosas y separar la disputa con la universidad, del diseño para un futuro inmueble. ¿Y si la gente igualmente se opone? "No se van a negar todos, no creo, creo que van a escuchar", opina la edil.
José Pérez de Arce concluye: "Si se le cierra la puerta a esto, lo de capital arqueológica queda en eslogan; si se le abre, implica grandes posibilidades para Chile y su cultura".
Fuente:El Mercurio