Toconao: Una comunidad atacameño lickanantay frente a la minería del litio

Con prácticas milenarias de cultivo en terrazas a lo largo de los pequeños ríos y el intercambio comercial con el altiplano, la comunidad atacameña lickanantay de Toconao en los últimos 30 años ha debido enfrentarse a la minería del litio. Si antes las frutas del pueblo eran reconocidas por su saber, abasteciendo hasta la ciudad de Calama, hoy se calcula en un 70% la pérdida del desarrollo agrícola, ¿qué pasa con una comunidad indígena cuando llega una minera como vecino?

Envie este Recorte Version de impresion de este Reportaje Publicado el 21 de febrero de 2024 Visto 343 veces
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El Ciudadano

Toconao es un pueblo de no más de diez calles, unos siete restoranes, un gimnasio y decenas de casas que albergan una población flotante de trabajadores que parte cada mañana hacia la planta de SQM, instalada casi al otro lado del Salar de Atacama. En la plaza resplandece de blanco al sol el Campanario de San Lucas, construido en el siglo XVIII y vuelto a levantar luego de terremotos e incendios, con una una iglesia de piedra también reconstruida de fondo. Los árboles de la plaza dan albergue a los pocos que se aventuran a lidiar con con un sol que arde y rebota en el pavimento. La mayoría son obreros entre medio de faenas y uno que otro grupo de turistas que pasan a almorzar de vuelta de la Laguna de Chaxa. En una esquina, donde algunos días se monta un puesto de frutas, hay un semáforo de índices de rayos ultravioleta con una serie de cinco colores. El día entero se la pasa en el morado, en el tope final, que indica el más extremo.

Al igual que los otros asentamientos en la zona del salar de Atacama, Toconao creció en torno a un oasis en medio del desierto. La presencia humana en la zona data entre 7.500 a 3.500 a.C., cuando cazadores recolectores deambulaban entre el Salar de Atacama y la cuenca del río Loa, según las investigaciones de Lautaro Núñez, arqueólogo y Premio Nacional de Historia en 2002. El pesquisador cuenta que los registros más tempranos de sedentarismo son entre el 1.200 y 500 a. C., cuando hay restos de los primeros asentamientos. Sin embargo, lo que hoy es San Pedro de Atacama tuvo su auge entre los años 100 y 900 d.C., con mucha influencia de Tiwanaku, cultura que daría paso a la dominación Inca, entre los años 1450 y 1536, y cuya principal huella son los tambos (1).

Distante a 38 kilómetros de San Pedro en dirección al sur, bordeando la parte oriental del Salar de Atacama, Toconao se fue desarrollando abrigado por los afluentes de las quebradas de Vilaco y Zilapeti.

Aún hay algunas casas de piedra, consideradas las más antiguas de que se tiene memoria, las que fueron edificadas en torno de las cuencas de agua que va dejando el río Jere en su descenso por la quebrada de Honar.

Desde el siglo XVI en adelante -según cuenta Núñez- con la dominación española aparece el sistema de la mita, forma de trabajo obligatorio para las comunidades atacameñas. Dos siglos después -según relata el arqueólogo- la población atacameña experimenta gran movilidad, siendo parte de redes comerciales que se extendían desde la costa hasta el altiplano.

La región de Atacama fue incorporada a Bolivia por Simón Bolívar en 1825. Casi medio siglo después, los atacameños tuvieron que hacer frente al intento del presidente boliviano, Mariano Melgarejo, de disolver la propiedad comunal en 1868, lo que provocó a partir de 1872 una revuelta y un fuerte movimiento de resistencia.

LAS TERRAZAS DE CULTIVO Y LA PÉRDIDA DE LA LENGUA

En medio del desierto y distantes a pocos kilómetros del salar, los tempranos habitantes de Toconao aprovecharon los afluentes cordilleranos que lo rodean para desarrollar un sistema de cultivo de terrazas, en las que se fue adaptando la siembra de diversos frutos.

Un informe del Observatorio Plurinacional de Salares Andinos (OPSAL) cuenta que tanto en Toconao como en las comunidades próximas las prácticas agrícolas se diferencian a las del valle de San Pedro, por estar determinadas por la altura, oscilando entre los 2.700 y 3.700 metros.

Poder germinar una semilla y que crezca un fruto en ese pequeño oasis en medio del desierto ha sido producto del desarrollo de técnicas agropecuarias adaptadas durante siglos. En Toconao han aprovechado las quebradas y pequeños ríos con terrenos más arenosos y menos profundidad, debido a la pendiente y presencia de roca volcánica.

Si en la época Tiwanaku o de la dominación incaica, se adaptó el cultivo de maíz, quinoa y alfalfa; con la llegada de los españoles, se fueron desplegando sobre las terrazas manzaneros, parrones, damascos, naranjos, peras e higueras. También destaca la aclimatación del membrillo, con el que se cocina un sabroso jugo local.

El sistema de terrazas labradas durante siglos han generado que la gestión del agua sea un asunto comunitario, por lo que los canales de regadío son administrados a través de asociaciones de regantes.

En la comunidad de Socaire, en dirección al sureste bordeando el salar, se juntan cada 22 de Octubre para la limpia de canales, dedicando ese día a un trabajos comunitarios para limpiar la bocatoma; en Toconao, en tanto, la limpieza comunitaria del río Jere se llevó a cabo la primera semana de febrero.

Yermin Basques, presidente de la comunidad de Toconao, cuenta que “siempre fuimos una población agrícola, cultivándose breas, peras, damascos, manzanas y naranjas, entre otros frutos. También había cultivo de flores. En paralelo también teníamos un alto desarrollo ganadero, con ovejas, cabras y llamas. La gente vivía de la agricultura y la ganadería”.

Cita Gavea, comunera de Toconao, nos cuenta que su familia “cosechaba choclos, zapallos, pera, higos, membrillo y manzanas. Todavía tengo un huerto, pero se comienza a secar porque cada día hay menos agua de la que viene de las quebradas”.

La producción sobrepasaba el consumo interno, comercializándose también la fruta en Antofagasta y Calama, ciudad que – según Basques- “se abastecía en gran parte con fruta de nuestro pueblo”.

También había comercio con el otro lado de los Andes, a través de caminos troperos que llegaban a lo que es hoy Argentina y Bolivia, donde se hacía trueque. “La gente de Toconao llevaba sus flores, sus frutas, sus higos secos. Y de allá traían quesos, atuendos, ya sean ponchos o ropa de abrigo. Intercambiábamos también lana para los tejidos”- cuenta Basques.

Las terrazas de cultivo se han ido levantando desde cientos de años en los márgenes de la quebrada de Jere, tanto arriba del pueblo como aguas abajo, en dirección al Salar de Atacama.

En Toconao además se extrae la piedra liparita desde una cantera próxima al pueblo. Su uso desde la época colonial han dado un característico tono blanco a sus construcciones, muy diferentes al reconocido adobe usado en San Pedro de Atacama.

Si en el pasado el aislamiento de estas comunidades permitió mantener modelos de subsistencia agrícola e intercambio comercial, desde los noventa los esporádicos afuerinos que recibían las comunidades atacameñas se multiplicaron, cambiando el desolado paisaje del salar para siempre.

En el puente que lleva a las terrazas de cultivo, encontramos a Juan Varas, quien cultiva en su tierra membrillo, uvas y granadas. Nos cuenta que “antes de los noventa aún era una economía local, pero con la llegada de la minería primero y el turismo después, la cosa cambió para Toconao”.

En su memoria están los hitos que provocaron el boom turístico de San Pedro desde esa década. Enumera así que lo primero fue el interés por los géiser del Tatio; luego el Valle de la Luna, espacios que fueron consagrados a partir de 1997 cuando la NASA comenzó a probar los vehículos robot (rovers) en el desierto atacameño, destinados a recoger muestras minerales en otros misiones en otros planetas.

“Para muchos chilenos venir al salar es como venir a ver algo parecido a Marte”- reflexiona Varas.

Sin embargo, entre todos los proceso que le ha tocado experimentar, Varas lo que más siente es la pérdida de la cultura, sobre todo la lengua. “Mis papás hablaban la lengua, mis abuelos cantaban en kunza en la fogata– recuerda Varas- pero por vergüenza no quisieron seguir cantando”.

A él mismo le tocó sufrir la burla de sus compañeros por hablar en kunza. Fue cuando llegó a San Pedro a cursar el séptimo básico. En sus recuerdos quedó que “se reían de mí y eso hizo que me diera vergüenza seguir usando palabras, así que con el tiempo se me fue olvidando. Hace poco mi hijo también quería aprender, pero los otros se burlaban”.

LA LLEGADA DE LAS MINERAS

Encomendado por el gobierno chileno a mediados del siglo XIX, el naturalista Rodulfo Philippi en su informe sobre el Desierto de Atacama (1860), dio cuenta de que la minería practicada por los atacameños de la región abarcaba un vasto territorio, distinguiendo además del pirquén de Chuquicamata y la mina de cobre de San Bartolo, en las cercanías de San Pedro de Atacama; minas de cuarzo próximas a Toconao y minas de plata en Peine (2).

Sin embargo, si lograron mantener un mediano control de sus recursos, en las últimas décadas han ido cediendo espacio a grandes conglomerados mineros, primero promovidos por el Estado, como la apertura del mineral de Chuquicamata a comienzos del siglo XX; y, desde la década de los noventa, por grandes compañías.

“Los indígenas han debido disputar los recursos mineros y naturales que yacen en sus territorios con el Estado y las empresas mineras, lo que ha sido una constante en distintos períodos históricos, y esa disputa ha desembocado en mayoría de las veces en la enajenación de los recursos minerales antes en manos de los indígenas”, es la tesis principal del libro ‘La gran minería y los derechos indígenas en el norte de Chile’ (2008) de la abogada y académica, Nancy Yáñez, hoy presidenta del Tribunal Constitucional; y del geógrafo y doctor en Antropología, Raúl Molina.

Los autores dan cuenta de que la pequeña minería indígena tuvo un auge sostenido hasta la década de 1970, apoyada por el aporte estatal a los emprendimientos de pequeños y medianos mineros, como fueron los aportes de ENAMI, colapsando en las décadas siguientes con “la aplicación de un modelo económico que favoreció la monopolización de los recursos del subsuelo por empresas nacionales y extranjeras, impulsó el desarrollo de la gran minería e hizo inviable a la pequeña minería en los territorios aymara, collas, atacameños, quechuas y diaguitas”(3).

Yáñez y Molina distinguen que la fecha que marca el detrimento de la pequeña minería indígena fue el golpe de estado de 1973. y esto fue tanto por razones prácticas. como las restricciones impuestas a pirquineros indígenas para el manejo de explosivos y el fin del acceso a tecnología, crédito y a comercialización de minerales; como efecto de una nueva política minera diseñada especialmente para beneficiar a la inversión extranjera.

“La pequeña minería indígena fue diezmada por la gran industria, que ha monopolizado el rubro a partir de los años ochenta, favorecida por las normas relativas al régimen de propiedad y la concesión de los yacimientos, a lo que se suman las franquicias tributarias y arancelarias concedidas a la gran minería”- sentencian los autores.

En el Salar de Atacama la explotación de recursos se inició en 1984, con la Sociedad Chilena del Litio, hoy Rockwood. Luego se instalaron en el lado sur del acuífero compañías cupríferas, como Minera Escondida, en 1990; y minera Zaldívar -de Antofagasta Minerals- cuatro años después.

SQM está presente en el salar desde 1987, a través de la sociedad Minsal, interesados primero en la explotación de yodo y potasio.

El litio comenzó a ser demandado desde 1995, fecha en que se inició a fondo la explotación.

La relación entre las mineras y las comunidades atacameñas ha sido desventajosa para los dueños del territorio. Yáñez y Molina comentaban en 2008 que los estudios de caso realizados daban cuenta del “incumplimiento por las empresas de resoluciones administrativas referidas directamente a sus compromisos ambientales y sociales; sobre explotación de acuíferos, con serios daños al medio ambiente; aplicación de mecanismos inadecuados de mitigación, lo que ocasiona pérdidas de recursos productivos, empobrecimiento y desplazamiento de las comunidades locales indígenas y campesinas a causa de la contaminación y del deterioro ambiental provocado por la minería”.

Dicho diagnóstico fue hecho hace 15 años, un año antes de que el parlamento chileno tas años de tramitación, aprobara el Convenio 169 de la OIT, que exige a los Estados consultar a los pueblos originarios cuando se intervengan sus territorios.

LA HORA DE COMPARTIR LOS RECURSOS CON LOS DUEÑOS DEL TERRITORIO

A partir de 2016 las comunidades comenzaron a exigir acuerdos con las mineras que explotaban recursos en el salar, sobre la base del Convenio 169 que exige la participación de los pueblos originarios en la explotación de los recursos de su espacio.

El presidente de la comunidad de Toconao, Basques, comenta que “el Convenio 169 es categórico en decir que en territorios en donde existan pueblos originarios, el Estado tiene que pedir el consentimiento para la explotación de esas riquezas, deben contar con la participación de los pueblos. Y en todos los aspectos: en el diseño, el control y, obviamente, en las ganancias compartidas”.

Como no había mucha información sobre los efectos ecológicos y económicos tras décadas de explotación minera, en 2019 la misma comunidad comenzó a levantar los datos para sistematizar un estudio cuyo objetivo era dar cuenta del impacto de la minería en la zona. Compararon así las hectáreas de cultivo agrícola existentes a comienzos de los noventa, que es cuando comenzó la actividad minera en el salar, con las actuales. Los cálculos realizados dan cuenta de una pérdida de un 70% de desarrollo agrícola en Toconao -nos cuenta Basques- quien llama la atención sobre el daño hidrogeológico de la cuenca del salar.

A través del Consejo de Pueblo Atacameños (CPA), conformado por las 18 comunidades atacameño- lickanantay, establecieron un trato con Albemarle, la que se comprometió a distribuir el 3% de sus ingresos, entre otros recursos. Con el dinero se creó la Unidad de Medio Ambiente del CPA, que comenzó a levantar información del Salar de Atacama.

SQM, en tanto, no se ha comprometido hasta el momento con la entrega de ningún recurso a los dueños del territorio.

Todo lo contrario. Las comunidades enfrentan el pre-acuerdo entre SQM y Codelco para explotar en conjunto el litio en el Salar de Atacama hasta el año 2060 y, de concretarse, ampliaría de 165 mil a 300 mil las toneladas a explotar.

Desde el 9 de enero, las comunidades lickanantay más próximas al salar, entre ellas Toconao, mantienen una toma en el ingreso del campamento que tiene SQM en el Salar de Atacama, realizando tomas de otros puntos el 23 de enero, según ha informado El Ciudadano. Su molestia es no haber sido consultados y haberse enterado del acuerdo por la prensa, pese a que habían establecido una mesa de negociaciones con las autoridades del Ministerio de Minería y Codelco.

Para marzo esta anunciada la firma del acuerdo.

Las comunidades lickanantay de Toconao, Socaire, Talabre y Camar no están de acuerdo y aseguran que mantendrán la movilización.

Mauricio Becerra R.
El Ciudadano

CITAS:

(1) Núñez, Lautaro. Cultura y conflicto en el Oasis San Pedro de Atacama. Editorial Universitaria, Santiago, 1992.

(2) Philippi, Rodulfo. Viaje al Desierto de Atacama. Gobierno de Chile, Librería de Eduardo Antón, Santiago, 1860.

(3) Yáñez, Nancy; Molina, Raúl. La gran minería y los derechos indígenas en el norte de Chile. LOM Ediciones, Santiago, 2008.



Fuente:
El Ciudadano

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