Tener el libro de Laura Forchetti entre las manos es como poseer un trozo del límpido cielo de San Pedro de Atacama, en Chile, uno de los más despejados del mundo por sus condiciones atmosféricas y, a la vez, caminar por sus palabras hacia emociones de asombro y plenitud, intercalando la aridez con la suavidad.
La autora, quien soñó con este viaje durante algunos años hasta que finalmente llegó el día, lo concretó en 2020, en ómnibus, con amigas, haciendo varias paradas en el recorrido para saborear la aventura de forma lenta y pausada.
Realizaron el viaje en etapas: partieron desde Bahía Blanca hacia Córdoba, luego llegaron a Salta y, desde allí, arribaron a San Pedro de Atacama, en el país limítrofe, donde estuvieron varios días conociendo lugares.
“Lo que me conmueve de estos paisajes desérticos es que siempre se está entre la desmesura, lo vasto, la enormidad; y lo minúsculo”, contó.
“Allí donde la vista parece no chocar con casi nada, hay volcanes y picos nevados como límite y aparece la capacidad de reconocer los detalles: una pequeña planta, una flor, un color, la huella de un animal, un pájaro. Eso me produce fascinación”, destacó.
El regreso del desierto de Atacama fue por Jujuy (Purmamarca y Tilcara), otra vez Córdoba y Bahía Blanca.
La autora volvió a Dorrego poco antes de que se decretara el aislamiento obligatorio por la pandemia. Un año más tarde, luego de compartir sus escritos con una amiga cordobesa lo extendió a otros círculos íntimos.
De esta experiencia nació el libro Tolvanera, palabra que simboliza a los pequeños remolinos de polvo que se forman en las zonas áridas, con suelos con arena.
“Me parece que siempre un viaje es, de alguna manera eso, si nos dejamos llevar por un poco por lo que va pasando, por el azar, y otro poco por lo que vamos a buscar. Los viajes son como un remolino en nuestra vida”, destacó.
Laura Forchetti nació en Coronel Dorrego, en 1964, y es una de las voces de la poesía argentina. Ha publicado Temprano en el aire, Cerca de la acacia, Cartas a la mosca y Un objeto pequeño. Su obra Libro de horas (Bajo la luna), recibió el primer premio de poesía en el concurso del Fondo Nacional de las Artes en 2016.
-¿Cuándo comenzó este viaje y por qué la elección de este destino?
--En 2017 vi el documental Nostalgias de la Luz, de Patricio Guzmán, un cineasta chileno, centrado en el desierto de Atacama. Allí hace foco en dos ejes, por un lado, el desierto con su cielo, cero humedad, por lo cual es el más limpio y despejado del mundo, con condiciones climáticas que favorecen la observación y el estudio de la astronomía y, por otro lado, en la historia del lugar, de los pueblos originarios hasta llegar al siglo XX. Allí hubo campos de detención durante la dictadura de (Augusto) Pinochet.
Es un documental muy poético y cuando lo vi sentí ese deseo de algún día poder ir a ese lugar. En aquel momento me pareció que era un viaje difícil de hacer, complicado, y el deseo que quedó ahí, como una semilla que espera el momento de germinar. En noviembre de 2019 mi amiga, la escritora bahiense Eva Murari, me comentó que se iba a ir de vacaciones con su amiga Florencia y que iban a llegar hasta allí y me aceptaron como compañera de viaje.
--¿Llevabas en mente el proyecto de escribir un libro o fue naciendo en el camino?
--Siempre antes de emprender un viaje pienso en la escritura, en lo que voy a poder o querer escribir, algunas veces con un proyecto en mente y, otras, con un cuaderno en blanco, viendo que depara el camino. En este viaje llevaba mi cuadernito y el deseo de escribir. No fui pensando en un libro o en escribir crónicas, pero sí en hacer un registro, como un diario de viaje.
Como había conversado de este lugar con otra amiga escritora empecé a hacer el registro de mis emociones y pensamientos como si fuera una conversación con ella, en formato de carta manuscrita. Ahí empezó a nacer el libro sin que pensara mucho que iba a ser un libro. Poder escribir o no en un viaje tiene que ver con cómo es la dinámica del viaje y la compañía con la que se viaja. Aquí se dieron circunstancias que me posibilitaron escribir mucho en el viaje.
--En este sentido jugó un papel importante el hecho de hacer el viaje sin correr…
--Claro. Las horas, los kilómetros, fueron tiempos de escritura y de encuentro con otras personas que viajaban, por paseo o por trabajo, y eso generó un tipo de escritura especial. Fue un viaje más lento, con tiempo. Además, el transporte público tiene el encanto de que te permite conocer otras vidas y, al ser por tierra, la mirada sobre el paisaje, lo que vas cruzando, el ir llegando, está presente en el libro: el viaje en sí, el recorrido, más allá del destino final.
--¿Qué lugares generaron más emociones, ganas de contar?
-- Los paisajes que tienen que ver con el desierto y la aridez me atrapan. Ese paisaje que miramos y en el cual a veces nos parece que vemos todo igual, como el de las dunas de arena en el Valle de la Luna. Son lugares en los que, a primera vista; parece que no hay vida y, de pronto, empezás a descubrir los detalles, la vida que resiste en ese lugar. Y, en relación al deseo de contar, si miramos con curiosidad siempre encontramos tantas cosas. Todo es interesante cuando nos detenemos a mirar el paisaje geográfico pero también el paisaje humano que tenemos alrededor.
El libro fue editado por la editorial cordobesa Fruto de Dragón
“Es un objeto muy hermoso, editado en el marco de un proyecto que empezó hace poco. La editora es Agustina Merro”, destacó.
Presenta una edición muy cuidada (desde el formato de la tapa hasta la impresión y la calidad de papel) y está acompañado de imágenes cuya materia prima fueron las fotografías tomadas por la autora y luego intervenidas por el poeta, artista visual y diseñador Juan Lima.
“Fue hermoso compartir con él porque su trabajo es exquisito. Se transformaron en unas imágenes fantásticas que parecen estar entre el sueño, lo onírico, y la ciencia ficción, parecen de otro planeta”, dijo.
Ya se encuentra disponible en las redes de la editorial y se puede consultar en las librerías de Bahía Blanca.