Estaban dormidos dentro de la camioneta. Afuera, en pleno desierto, en Tocomar, al sur del salar de Punta Negra, el termómetro llegaba a cero.
-Dijimos "no vamos a armar carpa", porque en marzo casi nos habíamos congelado. Así que cuando despertábamos por el frío, prendíamos el motor para echar a andar la calefacción. Además, era solo una noche la que necesitábamos pasar ahí -recuerda Cecilia Sanhueza, etnohistoriadora que lideraba la expedición que el pasado 21 de junio iba a reconfirmar uno de los hallazgos arqueológicos más relevantes del último tiempo.
Esa madrugada del solsticio de invierno, a las 7:13 horas, el sol aparecería detrás de la cordillera de los Andes en perfecta alineación con unos montones de piedras apiladas que dejaron los incas en el lugar más de 500 años atrás. Esos hitos o mojones, ubicados en pares y ya descritos por los cronistas españoles del siglo XVI, no eran solo una delimitación territorial del curso del Camino del Inca. Cecilia había intuido que esas saywas -su nombre en quechua- tenían una significación mayor.
La historiadora especializada en el mundo indígena comenzó a revisar los primeros diccionarios elaborados por los españoles y llegó a ver que alguna acepción olvidada del quechua y el aymara relacionaba saywa con ticnu , y que esta palabra tenía que ver con cénit. Así, entre viejos escritos rastreados en el Museo Chileno de Arte Precolombino -donde trabaja actualmente- o en el Museo Arqueológico de San Pedro de Atacama -que dirigió por dos años- fue acercándose a la convicción. Y la astronomía se la confirmó.
-Pero ver el sol perfectamente alineado en terreno es distinto a haberlo confirmado mediante un programa de computación -dice la doctorada en Historia Indígena de la Universidad Católica del Perú-. Se siente una suerte de epifanía, una tremenda emoción.
Fue justo cuando preparaba su tesis para la casa de estudios enclavada en la metrópoli inca que a Cecilia se le ocurrió contactar al Observatorio Alma para lograr la comprobación. Entonces, la llamada arqueoastronomía era una disciplina incipiente aún.
Con las coordenadas geográficas de las saywas , al poco tiempo, los astrónomos la llamaron de vuelta para decirle que sí, que efectivamente las ubicaciones se alineaban perfectamente con los equinoccios y solsticios de la época prehispánica. Y, en el inhóspito terreno desértico, ella ha podido comprobar que ese orden celeste se mantiene hasta hoy:
-Realmente es impresionante, porque tú ves rayos, un resplandor, que te indica que el sol va a salir por otro lugar. Pero resulta que sigue "caminando" tras las cumbres. Como dice el discurso andino: el sol camina de norte a sur y de sur a norte durante el año. Ese día lo ves, lo ves por debajo de las cumbres y saliendo justo por aquí -dice indicando una imagen en su computador-, por donde están las saywas , ese es un momento muy emocionante, muy bonito la verdad.
Cecilia, madre de un joven de 20 años, vuelve a ese momento en que los expedicionarios que ha liderado rindieron culto al sol: derraman hojas de coca y alcohol para agradecer el poder presenciar ese momento que le da propósito a su misión.
-Obviamente no ha sido fácil -dice, hablando desde lo más personal-. Viví 9 años en San Pedro de Atacama sola con mi hijo. Entonces, él tuvo muchas idas y venidas de colegio entre San Pedro y Santiago por mis salidas a terreno o mis viajes cuando tomaba el doctorado en Perú. Cada vez que tenía que viajar a algún terreno, tenía que dejarlo con alguien o tenía que mandarlo a Santiago. Era complicado. Sufrió bullying , por su estilo de vida distinto, con tantos viajes en avión. Era algo de niños, infantil, pero afortunadamente se superó.
Calendario inca
The Economist la identificó en mayo pasado como la descubridora del Stonehenge del cono sur, pero Cecilia Sanhueza Tohá, sentada frente al computador en su escritorio modular, en el segundo piso de las oficinas del Museo de Arte Precolombino, cree que es una exageración. Se le hace difícil poner su investigación a la par de la que rodea el monumento megalítico circular situado en Inglaterra y que, también por su alineación con los solsticios, ya se ha convertido en lugar de peregrinación del astro-turismo mundial. Su dificultad -aparte de la evidente disparidad de tamaño de las construcciones- es temporal: le viene porque la estructura declarada Patrimonio de la Humanidad en 1986 está datado en el neolítico, en el siglo XX a.C.
Su historia con las saywas comenzó en 2003. Ella era parte de una expedición que rastreaba el camino del Inca en Atacama y que era liderada por el reconocido antropólogo José Berenguer, curador jefe del Museo Chileno de Arte Precolombino.
-Fue en la zona del río Loa, en Vaquillas, cuando por primera vez encontramos un saywa -recuerda-. Y José me dijo que investigara qué podían significar usando mis herramientas de historiadora.
El alineamiento de cuatro columnas de piedras, de cerca de un metro de altura, le había llamado la atención porque no era perpendicular al Camino del Inca, es decir, no era cómo habían pensado antiguos arqueólogos: solo un indicador de por donde pasaba la ruta con que el imperio se extendió por entre las comunidades locales hacia el sur. Ahí le surgió la duda de qué significado podrían tener.
José Berenguer, mentor y compañero de exploración, explica:
-Siempre asociamos los conocimientos astronómicos a algo muy sofisticado. Y la verdad es que la astronomía es una cosa de todos los días para la gente que cultiva la tierra, tienen que estar pendientes de los ciclos solares. Todo lo relacionaban con el clima, entonces, miraron el cielo desde un principio. Y a la larga todo se sofisticó. Los estados y los imperios la desarrollaron más allá de la subsistencia.
La conclusión de Cecilia es que la presencia de las saywas en el territorio de Atacama, en perfecta alineación con el sol, es un testimonio del poder político inca sacralizado por el sol.
-Creo que están marcando una frontera, aunque sea en pleno desierto, porque en el desierto también hay recursos de flora, fauna y mineros sobre todo. Entonces establecían qué territorios eran de uso de las comunidades locales y cuáles incas. Y las saywas más australes, las de Vaquillas, además están alineadas con el volcán Yuyaiyaco, donde se encontraron tres enterramientos, dos niñas y un niño, ofrendas al Sol. Entonces, se les da un prestigio. Esa es un poco la hipótesis: que este tipo de delimitaciones, de organizaciones y demarcación del territorio está asociada con la salida del sol y, por lo tanto, tienen un carácter sagrado. Es como si la saywa quisiera decir: "Aquí estoy yo, el Inca, el Hijo del Sol, que ahora viene a organizar el territorio que le pertenece".
Además, Cecilia explica que justo al sur de esta zona -ubicada a la altura del Taltal- el cambio climático ya es evidente, con la desaparición del llamado "invierno boliviano". Eso, por sí solo, ya debe haber indicado para los incas un límite territorial.
Signos zodiacales
El desarrollo astronómico inca es menos conocido que el maya o el azteca. Según Cecilia, la ausencia de grandes construcciones piramidales y el efectivo trabajo de los "extirpadores de idolatría" que trajeron los sacerdotes españoles, acabaron con varias de sus manifestaciones.
-Es sabido que en Cuzco hubo grandes columnas astronómicas pero fueron destruidas. Y creo que con muchas saywas debe haber pasado algo similar; por eso, y porque están en un ambiente muy inhóspito, no fueron estudiadas antes -dice.
Es por eso que arqueólogos, antropólogos, etnohistoriadores y astrónomos están en pleno proceso de recuperación del calendario inca.
Cecilia está convencida de que, como toda civilización, los incas tenían una representación material de la bóveda celeste. Y su apuesta es que también era territorial.
-Cada vez se descubren más señales de conocimientos astronómicos -cuenta Cecilia-. Por ejemplo, en el arte rupestre en distintas poblaciones, no solo incaicas, están representados personajes que aparecen en el cielo y que son construidos a partir de constelaciones de estrellas que tienen una forma determinada. Sobre todo en la Vía Láctea. Hay formas específicas. Ellos pudieron leer la representación de una llama, el arquetipo de la llama madre; la representación de una perdiz, de una serpiente, de un zorro, etcétera. Hay una clara asociación de que lo que se está viendo en la tierra, se ve también en cielo, y al revés.
Entonces, Cecilia, sonríe. Y cuenta cómo entre los astrónomos también se está dando la discusión de cómo nuestros ancestros miraban al cielo en busca de predicciones, tal como la astrología lo hace hoy.
-No había división de ciencias en absoluto -dice, sonriendo, sobre el salto cartesiano de la Ilustración-. El cielo era la verdad absoluta, la verdad innegable. El Inca necesitaba de los sacerdotes, de los astrólogos, que de acuerdo a distintos sistemas de adivinación entre las guacas (enterramientos), los volcanes sagrados, le pudieran ayudar a tomar decisiones respecto a lo que tenía que hacer. Ellos creían mucho en la astrología, en que, en el fondo, la Tierra y el cielo tienen una relación de espejo donde uno imita al otro.
Para el futuro, Cecilia ya planea salir en busca de más saywas , llevar sus hallazgos a un libro y, más urgente, empezar a movilizar instituciones y comunidades para preservar esos sitios de lo que sabe que se viene: el turismo arqueoastronómico cada vez que en un equinoccio o solsticio nazca el sol.