Durante la semana fuimos testigos de una noticia que despertó gran interés nacional: “Se prohíbe el baño de turistas en laguna Cejar por alta concentración de Arsénico en sus aguas”. Más allá de lo equivocadamente alarmista que pudo sonar, la verdad es que para quienes vivimos en la Región de Antofagasta y conocemos algo del altiplano, no pasó de ser un hecho que raya en lo fútil.
Esto, pues sabemos que prácticamente todos los cursos de agua de la cordillera presentan altos niveles de Arsénico y de otros elementos de forma natural, y como tal, esta laguna no escapa a esa realidad. Por otra parte, se debe tener presente que Cejar nunca fue un balneario como lo presentaban algunos medios de la ciudad del Mapocho, que incluso terminaban sus comentarios llamando a “descontaminar” el lugar.
Distinta sería la cosa si ese metaloide hubiese sido incorporado al ecosistema de forma artificial, con fines oscuros que sólo de imaginarlos dan escalofríos.
Bueno, no vamos a descubrir ahora la falta rigurosidad periodística de algunos de nuestros colegas de la zona central cuando abordan temas de las regiones, pero creo que todo tiene su límite, y en este caso, lo sobre pasaron con creces. Ya tendremos la oportunidad de arreglarnos entre “colegas”.
Volviendo a la laguna Cejar, es conveniente señalar que esta prohibición de bañarse en ella puede significar su camino a la salvación pues era evidente el daño -prácticamente irremediable- que estaba sufriendo por el uso y abuso descontrolado por parte de los operadores turísticos de San Pedro de Atacama.
Este lugar, así como tantos otros del altiplano chileno, si bien tienen una belleza admirable (que debería ser democráticamente conocida por todos) deben comenzar a ofrecer otro enfoque turístico para asegurar la sustentabilidad. Pensamos que esa otra mirada, impulsada tímidamente hasta ahora, va de la mano con la ciencia pues -básicamente- lo que tenemos como simples atractivos son lugares que tienen una riqueza científica inconmensurable.
Hablamos de microorganismos únicos que podrían albergar las claves de la vida en el planeta, de cielos transparentes para enseñar la astronomía ciudadana, de cumbres excepcionales para estudiar el cambio climático, de formaciones geológicas que dan cuenta del nacimiento de la Cordillera de los Andes, y lo más importante quizás, de una cultura cuya riqueza antropológica prácticamente ha sucumbido ante “la industria del turismo”.
Se puede admirar sin invadir, se puede conocer sin transformar, se puede disfrutar sin destruir. Creo que aún estamos a tiempo de darle una vuelta al turismo tradicional, de pasar a otro estado del desarrollo de esta industria, que bien manejada y controlada es una tremenda herramienta de sustentabilidad.
Un punto de partida sería convocar a todos los actores, sin distinción, a una mesa de trabajo desde donde emanen políticas turísticas con visión de futuro. Eso es lo urgente.