Bueno, eso de viviendo es un decir… ya que vivir, lo que se dice vivir, debe ser otra cosa.
¿Nos gusta vivir peligrosamente? ¿O solo somos triste y maquinalmente descuidados?
No hace mucho, descubrimos, vía ciencia, que el salar de Atacama se está hundiendo uno o dos centímetros por año. No suena a mucho, y dentro de la casi total indiferencia que provoca el destino del mentado salar, casi parece una exageración histérica. ¿Qué es uno o incluso dos centímetros?
Es fácil desviar la vista, mirar otras cosas más interesantes y despreocuparse de ese ridículo y cacareado tema. Además, lo más probable es que cuando el hundimiento sea apreciable, el amable lector de estas líneas ya no va estar por estos rumbos.
Pues casi lo mismo pasa con el hundimiento de San Pedro.
Una oportuna metáfora de la propia comuna (y Área de Desarrollo Indígena), porque aunque no tenemos la vista desde un satélite y el estudio de una universidad como respaldo, tenemos la convicción de que también nos estamos hundiendo. Y son más de dos centímetros por año.
Un par de botones de muestra.
Uno va a una reunión de apoderados del liceo y en algún momento el profesor a cargo menciona que tengan cuidado con su pupilo, ya que están proliferando las fiestas con alto consumo de alcohol y drogas. De hecho alguno de los alumnos (aunque no de ese curso en particular) hasta han terminado en el CESFAM debido a su descontrolado consumo. ¿Algún curso de acción, alguna respuesta institucional? Nada. Solo un comentario anecdótico, que lleva a otro comentario anecdótico, sobre una chica que fue sorprendida con una cantidad de droga pero que no pasó a nada porque antes que la dirección llamara a la policía, la droga se habría extraviado. Anécdotas. Las que finalmente se quedan sin respuesta institucional, sin propuestas de acciones, sin respaldo para algún padre interesado, que alguno habrá, en que su hijo no caiga en situaciones peores.
Otro. Si uno se sienta por algún tiempo en la extraoficialmente llamada plaza Turistur al final (o comienzo) de la calle Caracoles, podrá constatar la constante infracción a las leyes y ordenanzas, no solo con el estacionamiento de muchos automóviles, justo debajo de los letreros que lo prohíben, sino el uso desmedido e ilegal de ese lugar como sitio para recoger y dejar pasajeros por parte de los operadores turísticos. De vez en cuando, siguiendo ignotas razones, algunos carabineros se dejan caer y cursan algunas infracciones. Pero ahí queda todo. No es el único lugar donde la gente alegremente evade la ley. También hay letreros de no estacionar en la calle Tocopilla, que apenas se ven porque hay demasiados autos estacionados. ¿Importa mucho esto? Quizás, porque si uno no es capaz de respetar la pequeña ley, ¿porqué va a respetar la mayor? Aquí tenemos una incorrección persistente que produce un efecto de impunidad y de abandono que no es malo, si me beneficia a mí. Claro que sabemos que un día terminaremos en una llorosa queja acerca del aumento de la delincuencia, de los hurtos, los asaltos, la violencia. Sobre todo porque si ese gremio impalpable que se hacen llamar “las autoridades” no pueden erradicar esta pequeña irregularidad, ¿como podrían limpiar algo mayor?
Hay mucho más, por cierto:
Hoy que escribimos esto, la comuna y también Área de Desarrollo Indígena, está en un completo abandono por parte del estado*. Mucho discurso sobre la riqueza que trae el litio al país, y que el cobre y todo lo demás. Pero no tenemos agua potable; estamos esperando que construyan una escuela nueva desde hace mas de 10 años; nos cuentan el cuento del hospital cada vez que hay elecciones; el suministro de electricidad está hace un rato en manos de charlatanes y aprovechados que se arrancan, dejando unas deudas impagables por las que no tienen que dar ninguna cuenta, con la complicidad del municipio; tenemos un sistema de salud real que no da abasto porque estaba y está subdimensionado durante mucho tiempo, para darle empleo a una señora que apenas tiene cuarto medio pero era amiga de la última alcaldesa.
La economía de la comuna y también Área de desarrollo indígena, depende de una actividad turística completamente desregulada y donde cada quien hace lo que bien le parece, lo que traído además para los habitantes un empobrecimiento en la calidad de vida. Desde los ayllus donde la presión del agua no da cuando el pueblo está medio lleno de turistas hasta precios de piratas para todas las mercaderías. Hay un problema cuando todos quieren hacerse ricos: La vida se pone muy cara y el sentido de comunidad se va por el caño. Además esa riqueza que se crea no se va a gastar acá. Es ingenuo pensar que si me hago millonario me voy a quedar en este sitio tan poco hospitalario. Más si yo trabajé duramente para contribuir a hacerlo inhóspito.
La minería del litio, del cobre, no tiene ninguna cortapisa en su acción depredadora y específicamente en la del litio no se está discutiendo lo más básico: las condiciones de su próxima salida. No solo van a dejar un salar hundido, sino una sociedad hundida en la más abyecta corrupción, con el único objetivo de sacar la mayor riqueza posible, antes que se acabe, como ya se acabó el salitre, el azufre, la sal.
De la mano de esta descomposición, las organizaciones llamadas comunidades indígenas (olCI), entidades gremiales que no pueden aportar nada en el desarrollo real del territorio, tristemente divididas, sin una cultura común, malévolamente asesoradas y gastando platas en sedes y oficinas millonarias e inversiones descabelladas, sin calidad moral y ningún peso político que se oponga efectivamente a las mineras y sus cómplices estatales.
Un territorio que además es presa de vendedores de pomadas y mercachifles que nos invaden con prefactibilidades, estudios de esto y lo otro, mesas temáticas, entidades regionales que van por fondos estatales, ofertas de tecnologías de punta que no se usan en ninguna parte, oportunistas ecológicos y ambientalistas que bailan al son que les toquen desde Alemania, Australia o donde quiera que haya fondos y mala conciencia.
Hay una contaminación persistente, que viene de la industria minera del cobre, que ni siquiera es tema de conversación.
En cualquier momento se va a activar en serio el Corredor Bioceánico, con sus mil camiones diarios en el tiempo de la cosecha de la soya.
Uf.
Peor aun, no hay ninguna organización en esta comuna que este planteando una visión de futuro, una imagen que movilice a la gente y la construcción de alguna realidad que supere a las más chabacanas necesidades.
Si bien es cierto que hay que mantener los pies en la tierra, curiosamente hasta el día de hoy, con cero intentos de construcción, tampoco hemos encontrado a gente que resuelva realmente las insuficiencias básicas de esta comuna.
Todo esto que decimos, no es solo una expresión de malestar ni una opinión más al calor de algunas copas. Este pequeño texto es la introducción de una serie, donde iremos desgranando cada tema, y otros que no alcanzamos a detallar acá, porque lo que buscamos es sacar algo positivo.
Hay una posibilidad. No muy grande ni muy firme, pero existe: Con las riquezas que acá existen, con un mundo indígena (no el de las olCI) latente, con las inteligencias que se sostienen, con un mínimo de lucidez sobre la real situación, quizás podamos aprovechar este momento para Atacama, y realmente construir el lugar que van a habitar nuestro hijos, nuestros nietos y los demás que vengan.
Será en buena hora.
* A propósito no lo ponemos con mayúscula